domingo, 20 de octubre de 2013

LA POLÍTICA

El Estado (y por Estado entiende Aristóteles la Ciudad-Estado griega), lo mismo
que cualquier otra comunidad, existe para un fin. En el caso del Estado, este fin es el
bien supremo del hombre, su vida moral e intelectual. La familia es la comunidad
primitiva, que existe para hacer posible la vida, para acudir a las necesidades
cotidianas de los hombres1, y cuando varias familias se unen y se procura ya algo más
que la satisfacción de las necesidades diarias, se origina la aldea. Más adelante, de la
unión de varias aldeas en forma de una comunidad mayor, que «se basta a sí misma o
casi se basta del todo»2, surge la Ciudad-Estado. El Estado aparece simplemente para
el logro de los fines de la vida, pero sigue existiendo en razón del buen vivir, y
Aristóteles recalca que el Estado se diferencia de la familia y de la aldea, no ya sólo
cuantitativamente, sino también cualitativa y específicamente3. Sólo en el Estado
puede el hombre vivir feliz en un sentido pleno, y como el vivir venturoso es el fin
natural del hombre, al Estado ha de llamársele sociedad natural. (Erraban, por
consiguiente, los sofistas al pensar que el Estado era sólo una creación convencional.)
«Es evidente que el Estado es una creación de la naturaleza, y que el hombre es un
animal político por naturaleza. Y quien naturalmente y no de un modo accidental esté
fuera del Estado se halla o por encima o por debajo de lo humano.»4 El don del habla
muestra con claridad que la naturaleza destinó al hombre a la vida social, y la vida
social, en su forma específicamente completa, es, al sentir de Aristóteles, la vida del
Estado. Éste es primero que la familia y que el individuo, en el sentido de que,
mientras el Estado es un todo autosuficiente, ni el individuo ni la familia se
encuentran en tal caso. «El que es incapaz de vivir en sociedad o el que ninguna
necesidad tiene de ello por bastarse a sí mismo, ése ha de ser o una bestia o un dios.»5
La opinión platónico-aristotélica de que el Estado ejerce la función positiva de servir
al fin del hombre, conduciéndole al vivir que más le conviene, o sea, al logro de la
felicidad, y de que es prior natura (que no es lo mismo que tempore prior) con respecto
al individuo y a la familia, ha tenido enorme influencia en la filosofía posterior. Los
filósofos cristianos medievales supieron equilibrarla con la importancia que dieron
justamente al individuo y a la familia y con la aceptación de otra «sociedad perfecta»,
la Iglesia, cuyo fin es superior al del Estado. Además, en la Edad Media el Estadonación
estaba aún relativamente poco desarrollado. Pero no tenemos más que pensar
en Hegel, en Alemania, y en Bradley y Bosanquet en Inglaterra, para advertir que la
concepción helénica del Estado no sucumbió con la libertad de los griegos. Por otra
parte, aunque se trata de una concepción que se puede exagerar y fue exagerada de
hecho (especialmente donde la verdad cristiana no fue conocida o no se hizo sentir y
no pudo, por tanto, actuar de correctivo y freno de las exageraciones unilaterales), es
una concepción más enjundiosa y exacta del Estado que, por ejemplo, la de Herbert
Spencer. Porque el Estado existe para el bienestar temporal de sus ciudadanos, esto
es, para el logro de algo positivo y no sólo con una finalidad negativa, y esta
concepción positiva del Estado puede mantenerse perfectamente sin contaminación
ninguna con las exageraciones de la mística del Estado totalitario. El horizonte
limitábase para Aristóteles más o menos a los confines de la Ciudad-Estado griega (a
pesar de sus contactos con Alejandro), y era muy pobre la idea que tenía de naciones e
imperios; pero, así y todo, su mente penetró en la esencia y las funciones del Estado
mejor que las de los teóricos del laissez-faire y que las de todos los representantes de
la escuela inglesa desde Locke hasta Spencer.

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