viernes, 18 de octubre de 2013

LA FILOSOFÍA ANTIGUA

En este volumen tratamos de la filosofía griega y romana. No es menester que
hagamos mucho hincapié en la importancia de la cultura griega como dice Hegel, «el
nombre de Grecia les es querido y familiar a todos los hombres cultos de Europa»11.
Nadie negará que los griegos legaron un imperecedero tesoro de literatura y arte a
nuestro mundo europeo, y lo mismo se ha de decir en lo que atañe a la especulación
filosófica. Desde sus primeros albores en el Asia Menor, la filosofía griega se fue
desarrollando ininterrumpidamente hasta florecer en las dos grandes filosofías de
Platón y Aristóteles, y más tarde, con el neoplatonismo, influyó mucho en la
formación del pensamiento cristiano. Tanto por ser la primera fase de la especulación
europea como por su valor intrínseco, no puede menos de interesar profundamente a
todo estudiante de filosofía. En la filosofía griega asistimos al planteamiento inicial de
problemas que conservan aún toda su relevancia para nosotros, se nos sugieren
respuestas no carentes de valor; y aunque advirtamos en ella cierta ingenuidad, cierta
excesiva confianza y precipitación, sigue siendo una de las glorias de la cultura
europea. Y si la filosofía de los griegos debe interesar a todo estudiante de filosofía por
su influencia en la especulación posterior y por sus valores intrínsecos, mayor interés
ha de tener aún para quienes estudian la filosofía escolástica, que tanto adeuda a
Platón y Aristóteles.
La filosofía griega fue, en realidad, un logro de los griegos, fruto de su vigor y lozanía
mental, lo mismo que lo fueron su literatura y su arte. No permitamos que el laudable
deseo de tomar en consideración otras posibles influencias no griegas nos lleve a
exagerar la importancia de éstas y a estimar en menos de lo debido la originalidad del
espíritu helénico: «en verdad, es mucho más probable que subestimemos la
originalidad de los griegos que no que la exageremos.12» La tendencia del historiador a
investigar siempre las «fuentes» produce, sin duda, muchos y muy valiosos estudios
críticos, y sería tonto quitarle importancia; pero también es cierto que tal tendencia
puede llevar demasiado lejos, hasta un criticismo tan extremado que deje de ser ya
propiamente científico. Así, por ejemplo, no debe suponerse a priori que todo autor
haya tomado de algún predecesor suyo todas y cada una de sus opiniones: si esto
supusiéramos, habríamos de admitir lógicamente, en última instancia, la existencia
de algún ancestral Coloso o Superhombre, de quien hacer derivar toda la especulación
filosófica posterior. Ni tampoco se puede suponer, sin más, que siempre que dos
pensadores o grupos de pensadores que se suceden inmediatamente en el tiempo
profesan doctrinas semejantes se las deba el uno al otro. Igual que es ciertamente
absurdo dar por averiguado que, si algún rito o costumbre del cristianismo coincide en
parte con los de una religión asiática oriental, el cristianismo tiene que haberlos
tomado del Asia, no menos absurdo es suponer que, si la especulación griega contiene
algún pensamiento similar al que aparece en alguna filosofía oriental, ésta ha de ser
la fuente histórica de aquélla. Después de todo, el entendimiento del hombre es
perfectamente capaz de interpretar de modos semejantes las experiencias semejantes,
ya se trate del entendimiento de un hindú o del de un griego, y no hay por qué ver en
la semejanza de reacciones una prueba irrefutable de dependencia ideológica. Estas
observaciones no pretenden menospreciar la crítica ni la investigación histórica, sino
indicar únicamente que sus conclusiones deben basarse en pruebas históricas y no se
han de deducir de supuestos apriorísticos más o menos adornados de un matiz
pseudohistórico. La afirmación de la originalidad de los griegos no parece que haya
sido debilitada seriamente, al menos hasta ahora, por la legítima crítica histórica.
En cambio, la filosofía romana es sólo un producto pobre si se la compara con la de los
griegos, pues Roma dependió en gran parte de Grecia respecto a las ideas filosóficas,
lo mismo que en lo concerniente al arte y, mucho también, en el terreno literario. Los
romanos brillaron en otras cosas (pensemos en la creación del derecho romano y en
los logros del genio político de Roma), pero su gloria no se halla en el campo de la
especulación filosófica. Mas, aun siendo innegable la dependencia de las escuelas
filosóficas romanas con respecto a sus predecesoras de Grecia, no podemos
permitirnos el pasar por alto la filosofía del mundo romano, puesto que nos muestra
cuáles fueron las ideas corrientes entre los miembros más cultos de la clase que
dominaba entonces el mundo europeo civilizado. El pensamiento de la última Estoa,
por ejemplo, las doctrinas de Séneca, Marco Aurelio y Epicteto, ofrecen una visión en
numerosos aspectos noble y admirable, merecedora casi siempre de nuestra estima,
aunque al mismo tiempo seamos conscientes de lo mucho que le falta. Es de desear,
asimismo, que el estudiante cristiano conozca algo de lo mejor que el paganismo
puede ofrecerle y que se familiarice con las diversas corrientes de pensamiento que
estaban en vigor en aquel mundo grecorromano al que advino y en el que se implantó
y creció la Religión revelada. Resulta lamentable que los estudiantes se hayan de
familiarizar con las campañas de julio César o de Trajano y con las infames carreras
de Calígula y de Nerón, y, en cambio, nada sepan del emperador-filósofo Marco
Aurelio, o de la influencia que ejerció en Roma el griego Plotino, quien, aun sin ser
cristiano, fue un hombre profundamente religioso y cuyo nombre le fue tan querido a
la primera gran figura de la filosofía cristiana, a san Agustín de Hipona.

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