domingo, 20 de octubre de 2013

Del mito a la filosofía

A continuación analizaremos cómo se realizó el tránsito del mito a la
filosofía.
Una definición del mito es la siguiente: conjunto de narraciones y
doctrinas tradicionales de los poetas acerca del mundo, los hombres y los
dioses. En este caso, al atribuir las narraciones a los poetas, nos referimos
especialmente a Homero y a Hesíodo.
Ambos poetas, con sus respectivas obras, fueron la principal fuente de
las narraciones míticas y doctrinas informativas y educativas tradicionales
(religiosas, técnicas, morales, etcétera), que integraron el corpus del saber
griego en la etapa previa a la aparición de la filosofía, es decir, en los
siglos viii y vii a. C.
Una característica básica del mito es que ofrece una explicación total,
o sea, pretende dar respuesta a los enigmas más inquietantes acerca del
Universo o de la realidad total, como el origen del hombre y de las cosas,
la organización social, el ámbito de lo divino, etcétera.
Otra manera de concebir al mito es entenderlo como una actitud
intelectual que sirve de base a las explicaciones anteriores. Las fuerzas
naturales se personifican y divinizan para explicar los fenómenos; por
ejemplo, será un dios el que produce todos los fenómenos relacionados
con el mar. En este supuesto, tenemos que admitir que todos los sucesos
o fenómenos dependen de la voluntad de un dios.
Dentro del mito, los sucesos o fenómenos son arbitrarios, porque
al depender de la voluntad de los dioses, y siendo éstos concebidos
con pasiones humanas, los fenómenos dependen de una voluntad caprichosa.
Sin embargo, dentro del mito también se introdujo la existencia de
fuerzas —el destino— que no están personificadas, sino que son abstractas
y contra las cuales nada pueden ni los hombres ni los dioses. Este
elemento del mito aporta una variante en el acontecer universal, ya que
lo presenta como algo ineludible.
El carácter arbitrario e imprevisible, que el saber mítico atribuye a los
sucesos y conductas en general, ciertamente no es base para el saber racional
que vendrá después, a finales del siglo vii y, sobre todo, en el siglo
vi a. C. La explicación racional de los fenómenos busca leyes, es decir,
reglas, aunque éstas quedan negadas porque el acontecer depende de la
voluntad de los dioses.
Sin embargo, el elemento destino, con su carácter de necesidad, vino a
ser eslabón entre el mito y el logos, explicación racional, que iniciarán los
milesios en el siglo vi a. C. En otras palabras, cuando el griego cambió la
idea de arbitrariedad por la de necesidad, pensando que las cosas suceden
porque así tienen que suceder, entonces se dio paso a una nueva concepción
del mundo: su concepción racional o filosófica.
Los primeros filósofos advirtieron que la existencia de fenómenos o
cambios suponía también la existencia de algo permanente, que se conservaba
igual a través del cambio.
Por otro lado, si en realidad hay algo que se mantiene constante y permanente,
la pluralidad y multiplicidad que nos denuncian los sentidos quizá se
puedan reducir a pocos elementos, o tal vez a uno solo. Es entonces cuando
surge la trascendental pregunta acerca del principio o el arjé de las cosas.
En conclusión, tres preocupaciones formaron la base inicial de la
explicación racional del Universo; a saber: hay que buscar lo permanente
a través de lo cambiante; hay que buscar lo que es a través de lo que parece
ser; hay que buscar la unidad a través de la multiplicidad.

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