domingo, 20 de octubre de 2013

EL HOMBRE DE ESTADO (EL POLÍTICO

1. Hacia el final del Político hace ver Platón que la ciencia de la política, la ciencia del
gobernar, no puede identificarse con el arte del general ni con el del juez, pues estas
artes son auxiliares, actuando el general como ministro del gobernante y dando el
juez sus sentencias según las leyes establecidas por el legislador. La ciencia soberana
ha de ser, por consiguiente, superior a todas esas ciencias y artes particulares, y se la
puede definir como «aquella ciencia común que está por encima de todas las demás y
custodia las leyes y cuanto hay en el Estado, vinculándolo todo de manera que forme
en verdad un solo conjunto»20. Esta ciencia propia del monarca o gobernante se
distingue de la tiranía en que esta última estriba únicamente en la coerción, mientras
que la regla del verdadero rey y hombre de Estado es «la dirección voluntaria de los
bípedos dotados de voluntad»21.
2. «No son muchas las personas, tengan las cualidades que tuvieren, que puedan
alcanzar la sabiduría política u ordenar sabiamente un Estado», sino que «el
verdadero gobierno lo ha de formar o un grupo escaso o un individuo solo»22, y el ideal
sería que el gobernante o los gobernantes legislaran para cada caso concreto. Platón
insiste en que las leyes deberían cambiarse o modificarse según las circunstancias lo
exigieran, y que ningún supersticioso respeto a la tradición debería impedir aplicarlas
razonablemente a las nuevas situaciones de los asuntos y a las necesidades actuales.
Tan absurdo sería empeñarse en mantener la vigencia de unas leyes anticuadas ya
para las nuevas circunstancias como el que un médico quisiera seguir obligando a su
paciente a observar la misma dieta aun cuando las nuevas condiciones de su salud
exigiesen otro régimen distinto. Mas como el ideal mencionado requeriría un saber y
una competencia más divinos que humanos, tenemos que contentarnos con un
sustitutivo, es decir, con la dictadura de la Ley: el gobernante administrará el Estado
ateniéndose a una Ley fija. Esta Ley habrá de ser soberana absoluta, y el hombre
público que la viole será condenado a muerte23.
3. El gobierno puede estar en manos de uno, de unos cuantos o de muchos. Si
hablamos de gobiernos bien ordenados, entonces el de uno solo, la monarquía, es el
mejor (prescindiendo ya de su forma ideal, de aquella en la que el monarca legislase
para cada caso concreto); el segundo en bondad es el gobierno de unos pocos, y el de
muchos es el peor. Así pues, según Platón, la democracia es «el peor de todos los
gobiernos que tienen ley, y el mejor de todos los que no la tienen», porque «el gobierno
que está en manos de muchos es a todas luces débil e incapaz de hacer un gran bien o
un gran mal si se le compara con los otros gobiernos, pues, en semejante Estado, las
funciones se reparten entre mucha gente»24.
4. Lo que pensaría Platón de los dictadores demagogos se deduce claramente de sus
juicios contra los tiranos, así como de sus observaciones sobre los políticos faltos de
saber y a los que se debería llamar «partidarios». Éstos son «ensalzadores de los ídolos
más monstruosos y ellos mismos son ídolos; y, por su grandísimo arte de imitar y
embaucar como magos, son también los sofistas por excelencia»25.

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