domingo, 20 de octubre de 2013

EL EPICUREÍSMO

1. El fundador de la escuela epicúrea, Epicuro, nació en Samos el año 342/1 a. J. C.
Allí fue oyente de Pánfilo, un platónico1, y después, en Teos, oyó las lecciones de
Nausífanes, discípulo de Demócrito, que ejerció considerable influencia sobre Epicuro,
pese a las posteriores afirmaciones de éste2. A la edad de 18 años, Epicuro fue a
Atenas para cumplir su servicio militar, y a continuación parece que se dio al estudio
en Colofón. En 310 estaba enseñando en Mitilene —aunque luego se trasladó a
Lámpsaco— y en 307/6 volvió a Atenas y abrió allí su escuela3. La fundó en su propio
jardín y Diógenes Laercio nos dice que el filósofo legó en testamento la casa y el jardín
a sus discípulos. De la situación de su escuela, los epicúreos recibieron el nombre de οἱ
ὰπὸτῶν κήπων. A Epicuro se le tributaron todavía en vida honores casi divinos, y
este culto al fundador es sin duda la causa de que se mantuviese la ortodoxia
filosófica entre los epicúreos más que en ninguna otra escuela. Las principales
doctrinas eran aprendidas de memoria por los discípulos.4
Epicuro fue escritor fecundísimo (según Diógenes Laercio, fue autor de unas 300
obras), pero la mayor parte de su producción se ha perdido. El mismo Diógenes
Laercio nos ha conservado tres cartas didácticas, de las cuales las dirigidas a
Heródoto y a Meneceo se consideran auténticas, mientras que la dirigida a Pitocles
pasa por ser el extracto, hecho por un discípulo, de un escrito de Epicuro. De su obra
principal, Περὶ Φύσεως, se han conservado también fragmentos procedentes de la
biblioteca del epicúreo Pisón (que se cree sería L. Pisón, cónsul en 58 a. J. C.).
A Epicuro le sucedió al frente de la escuela Hermarco de Mitilene, quien a su vez fue
sucedido por Polístrato. Discípulo inmediato de Epicuro fue, junto con Hermarco y
Polístrato, Metrodoro de Lámpsaco. Cicerón oyó a Fedro (jefe de la Escuela en Atenas
hacia 78/70) en Roma por el año 90 a. J. C. Pero el discípulo más famoso de la Escuela
fue el poeta latino Tito Lucrecio Caro (91/51 a. J. C.), que expresó la filosofía epicúrea
en su poema De Rerurn Natura, con el propósito principal de librar a los hombres del
temor a los dioses y a la muerte y de guiarles hasta la consecución de la paz del alma.
2. La Canónica. — A Epicuro no le interesaba la dialéctica o lógica en cuanto tal, la
única parte de la lógica a la que prestaba atención era aquella que se ocupa del
criterio de la verdad. Es decir, que sólo le interesaba la dialéctica en la medida en que
servía directamente a la física. Pero, a su vez, la física sólo le interesaba en cuanto
que servía a la ética. Así pues, Epicuro se dedicó a la ética más aún que los estoicos,
despreciando todas las investigaciones puramente científicas y declarando que las
matemáticas son inútiles, ya que no tienen relación ninguna con la conducta vital.
(Metrodoro decía que «A nadie le debe preocupar el no haber leído nunca un verso de
Homero e ignorar si Héctor era griego o troyano».)5 Una de las razones de Epicuro
para oponerse a las matemáticas era que éstas no se nutren de conocimientos
sensibles, puesto que en el mundo real no se hallarán en ningún sitio los puntos,
líneas y superficies que se imagina el geómetra. Ahora bien, ¡el conocimiento sensible
es la base de todo conocimiento! «Si desconfiáis de todas vuestras sensaciones, no
tendréis criterio alguno al que ateneros y, por lo tanto, os será imposible juzgar
incluso esas mismas sensaciones que declaráis falsas.»6 Lucrecio pregunta qué cosa
puede considerarse de mayor certidumbre que los sentidos. La razón, con la que
juzgamos los datos de los sentidos se basa enteramente en ellos, y si los sentidos
mienten, toda la razón se falsea también7. Por lo demás, los epicúreos advertían que
en las cuestiones astronómicas, por ejemplo, no podemos lograr certeza, puesto que
nos es imposible defender una tesis con preferencia a otra, «pues los fenómenos
celestes pueden depender, para su producción, de muchas causas distintas»8.
Recuérdese que los griegos no tenían nuestros modernos métodos científicos, por lo
que sus opiniones en las materias científicas solían ser en gran parte hipotéticas,
careciendo como carecían del apoyo de una observación exacta.)
La Lógica o Canónica de Epicuro versa sobre las normas o los cánones del
conocimiento y los criterios de la verdad. El criterio básico de la verdad es la
percepción (ἡαἴσθησις), en la cual nos hacemos con lo que es evidente (ἡἐνάργεια).
La percepción se produce cuando las imágenes (εἴδωλα) de los objetos penetran en los
órganos de los sentidos (cfr. Demócrito y Empédocles), y siempre es verdadera. Hay
que notar que los epicúreos incluían en su noción de la percepción las
representaciones imaginarias (ϕανταστικαὶἐπιβολαὶτἡς διανοίας), efectuándose toda
percepción mediante la recepción de las εἴδωλα. Cuando estas imágenes fluyen
continuamente del mismo objeto y se introducen por los órganos de los sentidos,
tenemos la percepción en sentido estricto; en cambio, cuando, las imágenes
individuales penetran por los poros del cuerpo, resulta, por así decirlo, una
mezcolanza de las mismas y surgen entonces las imágenes puramente imaginarias,
por ejemplo, la del centauro. En todos los casos tenemos «percepciones» y, como ambas
clases de imágenes son efectos de causas objetivas, los dos tipos de percepción son
verdaderos. ¿Cómo se origina, pues, el error? Únicamente por el juicio. Si, por
ejemplo, juzgamos que una imagen corresponde exactamente a un objeto externo,
cuando en realidad no es así, erramos. (Lo difícil, por supuesto, es saber cuándo
corresponde la imagen a un objeto externo y cuándo no corresponde, o cuándo
corresponde perfecta o imperfectamente; y en esto los epicúreos no nos prestan la
menor ayuda.)

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