domingo, 20 de octubre de 2013

EL ESTOICISMO TARDÍO

A los comienzos del Imperio romano, la característica principal del estoicismo es su
insistencia en los principios prácticos y morales de la Escuela, que adquieren una
matización religiosa, vinculándose a la doctrina del parentesco del hombre con Dios y
del consiguiente deber para el hombre de amar a sus semejantes. La nobleza moral de
la Estoa se advierte sobre todo en las enseñanzas de los grandes estoicos de esta
época, Séneca, Epicteto y el emperador Marco Aurelio. Al mismo tiempo es visible,
igual en la Estoa que en las demás escuelas, cierta tendencia al eclecticismo. Tampoco
fue extraño al estoicismo el interés científico de aquel entonces: pensemos, por
ejemplo, en el geógrafo Estrabón. Por fortuna ha llegado hasta nosotros mucha de la
literatura estoica de aquel período, lo cual nos capacita para hacernos una idea clara
de lo que fueron las enseñanzas de la Escuela y los rasgos distintivos de sus grandes
personalidades. Contamos con muchos materiales, como son numerosos escritos de
Séneca, cuatro de los ocho libros en que Flavio Arriano daba cuenta de las lecciones
de Epicteto... y las meditaciones de Marco Aurelio nos muestran a un filósofo estoico
en el trono de Roma.
1. L. Annaeus Seneca, natural de Córdoba, fue preceptor y ministro del emperador
Nerón, y obedeciendo a una orden de éste se abrió el filósofo las venas en el año 65 d.
J. C.
Como podría esperarse de un romano, Séneca insiste en el aspecto práctico de la
filosofía, en la ética, y, dentro del campo de la ética, se ocupa más de la práctica de la
virtud que de las investigaciones teóricas sobre su naturaleza. No busca el saber
intelectual por sí mismo, sino que persigue la filosofía como un medio de adquirir la
virtud. La filosofía es necesaria, pero debe perseguírsela con miras a un fin práctico.
Non delectent verba nostra, sed prosint —non quaerit aeger medicumn eloquentem.1
Sus palabras sobre este tema recuerdan a menudo las de Tomás de Kempis, por
ejemplo aquéllas: plus scire quam sit satis, intemperantiae genus est.2 Emplear el
tiempo en lo que se suele llamar estudios liberales sin tener a la vista un fin práctico
es malgastar ese tiempo: unum studium vere liberale est quod liberum facit.3 Y
exhorta a Lucilio a que abandone esa especie de juego literario que consiste en reducir
los temas más sublimes a malabarismo gramatical y dialéctico4. Séneca demuestra
interés hasta cierto punto por las teorías físicas, pero insiste en que lo que realmente
importa y lo que hace al hombre igual a Dios5 es el dominio de las pasiones, y a
menudo utiliza los temas de la física como simple oportunidad para sacar
conclusiones moralizadoras como cuando se vale de los temblores de tierra de la
Campania (63 d. J. C.) para echar todo un discurso moral6. Sin embargo, por
influencia de Posidonio, alaba sin reticencias el estudio de la Naturaleza y declara,
inclusive, que el conocimiento de las cosas naturales debe buscarse por sí mismo7,
aunque hasta en esto se trasluce su interés práctico y humano.
Séneca se adhiere en teoría al antiguo materialismo estoico8, pero en la práctica
tiende sin duda a considerar a Dios como trascendente al mundo material. Esta
tendencia al dualismo metafísico era una consecuencia o una concomitancia natural
de su marcada proclividad al dualismo psicológico. Cierto es que afirma la
materialidad del alma, pero habla también, con acentos platónicos, del conflicto entre
el alma y el cuerpo, entre las aspiraciones elevadas del hombre y las reivindicaciones
de la carne. Nam corpus hoc animi pondus ac poena est, premente illo urgetur, in
vinculis est.9 La virtud y la dignidad verdaderas son interiores: los bienes externos no
confieren la verdadera dicha, sino que son dones transitorios de la Fortuna y sería
insensato poner en ellos nuestra confianza. Brevissima ad divitias per contemptum
divitiarum via est.10 A Séneca, cortesano de Calígula y de Claudio, rico preceptor y
ministro del joven Nerón, se le ha acusado de hipocresía y de contradicción práctica;
pero se ha de tener presente que su misma experiencia del contraste entre las muchas
riquezas y esplendores por un lado y el constante miedo a la muerte por otro debieron
de ayudar mucho a un hombre de su temperamento a caer en la cuenta de lo efímero
de las riquezas, la posición social y el poder. Añádase que tuvo ocasiones únicas de
observar de cerca la degradación humana, los excesos de la lujuria y de la
depravación más extrema. Algunos autores antiguos se dieron a reunir chismes en
torno a la vida privada de Séneca tratando de patentizar que no había vivido
conforme a sus propios principios11. Pero aun cuando, sin aceptar todas las
exageradas murmuraciones de sus oponentes, admitamos que a lo largo de su vida
incurrió en algunos fallos con respecto a sus ideales de moralidad —cosa bien
probable tratándose de un hombre de su posición y tan relacionado en medio de una
corte disoluta—12 esto no significa que fuese insincero en sus doctrinas y
exhortaciones. Su conocimiento de la fuerza de las tentaciones y de la degradación a
que llevan la avaricia, la ambición y la lujuria, bien puede ser hasta cierto punto fruto
de experiencias personales, pero se debe sin duda mucho más a sus observaciones
entre las gentes que le rodeaban… y estas observaciones son las que dan vigor y garra
a su pluma y a sus discursos morales. Pese a toda retórica, Séneca sabía
perfectamente todo aquello de lo que hablaba. Aun adhiriéndose teóricamente al
tradicional determinismo estoico, Séneca sostenía que todo hombre, en cuanto
racional, está facultado para seguir el camino de la virtud con tal de que quiera
seguirlo: Satis natura dedit roboris si illo utamur.13 Además, Dios ayudará a quienes
procuren ayudarse a sí mismos: Non sunt di fastidiosi: adscendentibus manum
porrigunt, y O te miserum si contemnis hunc testem.14 El hombre que se ayuda a sí
mismo, que domina sus pasiones y vive de acuerdo con la recta razón es mejor, con
mucho, que nuestros antepasados de la Edad de Oro, porque, si ellos eran inocentes lo
eran por ignorancia y por falta de tentaciones: Non fuere sapientes. ... ignorancia
rerum innocentes erant.15
Corno lo que pretendía era animar a los hombres a encaminarse por la senda de la
virtud y a perseverar en ella a pesar de las tentaciones y las caídas, Séneca se vio
obligado naturalmente a mitigar el estricto idealismo moral de los primeros estoicos.
Conocía demasiado bien lo que son los combates morales como para suponer que el
hombre pudiera hacerse virtuoso por una conversión súbita. Y así vemos que
distingue entre tres clases de proficientes: 1) Aquellos que se han apartado de algunos
de sus pecados, pero no de todos; 2) aquellos que se han resuelto a renunciar a las
malas pasiones en general, pero que todavía están sujetos a recaídas ocasionales; 3)
aquellos que han superado la posibilidad de las recaídas, pero están faltos aún de
confianza en sí mismos y de la conciencia de su propia sabiduría. Acércanse, pues,
éstos a la sabiduría, a la virtud perfecta16. Séneca admite también el uso, para buenos
fines, de los bienes externos, por ejemplo, de las riquezas. El sabio será dueño de su
dinero y no esclavo de éste. Da consejos prácticos sobre cómo asegurar el progreso
moral, p. ej., mediante el examen de conciencia diario, que él mismo practicaba17. De
nada sirve retirarse a la soledad si al mismo tiempo no intentas cambiarte a ti mismo:
el mudar de sitio no equivale necesariamente a mudar de costumbres, y dondequiera
se vaya habrá que seguir combatiéndose a sí mismo. Fácil es comprender cómo pudo
originarse la leyenda de una correspondencia epistolar entre Séneca y San Pablo
cuando leemos en el filósofo pagano frases como ésta: Nos quoque evincamus omnia,
quorum praemium non corona nec palma est.18
Insiste Séneca en la doctrina estoica de la relación que existe entre todos los seres
humanos, y en vez de la autosuficiencia del sabio -mezclada de desprecio a los demásnos
recomienda que ayudemos a nuestros semejantes y perdonemos a los que nos
hayan injuriado. Alteri vivas oportet, si vis tibi vivere.19 Recalca la necesidad de una
benevolencia activa: «La Naturaleza me ordena servir a los hombres, sean éstos
esclavos o libres, libertos o libres por nacimiento. Allí donde haya un ser humano hay
lugar a la benevolencia»20. «Mira que todos te amen mientras vives y que puedan
lamentarse cuando mueras.»

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