domingo, 20 de octubre de 2013

LA TEORÍA PLATÓNICA DEL ARTE

1. Sugiere Platón que el origen del arte se ha de poner en el natural instinto
expresivo14.
2. El arte, en su aspecto metafísico o esencial, es imitación. La Forma es ejemplar,
arquetípica; el objeto natural es ya un ejemplo de μίμησις. Ahora bien, la pintura que
representa a un hombre, por ejemplo, es la copia o imitación de un hombre natural,
concreto. Por lo tanto, esa pintura es la imitación de una imitación. Mas la verdad hay
que buscarla, propiamente, en la Forma: la obra del artista está, pues, dos grados
alejada de la verdad. De ahí que Platón, a quien por encima de todo le interesaba la
verdad, se viese obligado a menospreciar el arte, por mucho que sintiera las bellezas y
los atractivos de las estatuas, las pinturas o la literatura. Esta opinión despreciativa
del arte sale a relucir con todo su vigor en la República, donde Platón la aplica al
pintor, al poeta trágico, etc.15 Algunos de sus reparos son un tanto cómicos, como
cuando observa que el pintor ni siquiera copia de los objetos con exactitud, siendo un
imitador de apariencias y no de lo real16. El pintor que pinta un lecho no lo pinta más
que desde un solo punto de vista, tal cual aparece inmediatamente a los sentidos; el
poeta, describe la salud, la guerra y otras cosas por el estilo, sin ningún conocimiento
real de aquello de que habla. En conclusión: «el arte imitativo se halla sin duda muy
alejado de la verdad»17. Está, en efecto, «dos grados por debajo de la realidad, y le es
facilísimo producir sin ningún conocimiento de lo verdadero, porque es simple
semejanza y no realidad»18. ¡Valiente negocio el de quien dedica su vida a producir
esas sombras de lo real!
En las Leyes hay algo que quizá sea un juicio un poco más favorable acerca del arte,
aunque Platón no ha cambiado de posición metafísica. Al decir que la excelencia de la
música no se ha de estimar tan sólo por la cantidad de placer sensible que procura,
añade Platón que la única música realmente excelente es aquella «que consiste en
una imitación del bien»19. Y que «los que quieran la mejor clase de sones y de música
no deben buscar lo agradable, sino lo verdadero; y la verdad de la imitación está,
según íbamos diciendo, en que se parezca a la cosa imitada tanto por la cantidad como
por la calidad»20. Con esto se atiene, pues, aún al concepto de la música como
imitativa («cualquiera admitirá que las composiciones musicales son todas imitativas
y representativas»), pero concede que la imitación pueda ser «verdadera» si reproduce
lo mejor posible, en su propio medio, la cosa imitada. Está dispuesto a dar entrada a
la música y al arte en el Estado, no sólo con fines educativos, sino también para
1. Sugiere Platón que el origen del arte se ha de poner en el natural instinto
expresivo14.
2. El arte, en su aspecto metafísico o esencial, es imitación. La Forma es ejemplar,
arquetípica; el objeto natural es ya un ejemplo de μίμησις. Ahora bien, la pintura que
representa a un hombre, por ejemplo, es la copia o imitación de un hombre natural,
concreto. Por lo tanto, esa pintura es la imitación de una imitación. Mas la verdad hay
que buscarla, propiamente, en la Forma: la obra del artista está, pues, dos grados
alejada de la verdad. De ahí que Platón, a quien por encima de todo le interesaba la
verdad, se viese obligado a menospreciar el arte, por mucho que sintiera las bellezas y
los atractivos de las estatuas, las pinturas o la literatura. Esta opinión despreciativa
del arte sale a relucir con todo su vigor en la República, donde Platón la aplica al
pintor, al poeta trágico, etc.15 Algunos de sus reparos son un tanto cómicos, como
cuando observa que el pintor ni siquiera copia de los objetos con exactitud, siendo un
imitador de apariencias y no de lo real16. El pintor que pinta un lecho no lo pinta más
que desde un solo punto de vista, tal cual aparece inmediatamente a los sentidos; el
poeta, describe la salud, la guerra y otras cosas por el estilo, sin ningún conocimiento
real de aquello de que habla. En conclusión: «el arte imitativo se halla sin duda muy
alejado de la verdad»17. Está, en efecto, «dos grados por debajo de la realidad, y le es
facilísimo producir sin ningún conocimiento de lo verdadero, porque es simple
semejanza y no realidad»18. ¡Valiente negocio el de quien dedica su vida a producir
esas sombras de lo real!
En las Leyes hay algo que quizá sea un juicio un poco más favorable acerca del arte,
aunque Platón no ha cambiado de posición metafísica. Al decir que la excelencia de la
música no se ha de estimar tan sólo por la cantidad de placer sensible que procura,
añade Platón que la única música realmente excelente es aquella «que consiste en
una imitación del bien»19. Y que «los que quieran la mejor clase de sones y de música
no deben buscar lo agradable, sino lo verdadero; y la verdad de la imitación está,
según íbamos diciendo, en que se parezca a la cosa imitada tanto por la cantidad como
por la calidad»20. Con esto se atiene, pues, aún al concepto de la música como
imitativa («cualquiera admitirá que las composiciones musicales son todas imitativas
y representativas»), pero concede que la imitación pueda ser «verdadera» si reproduce
lo mejor posible, en su propio medio, la cosa imitada. Está dispuesto a dar entrada a
la música y al arte en el Estado, no sólo con fines educativos, sino también para
«inocente esparcimiento»21; mas todavía sostiene la teoría de que el arte es imitación.
Y que esto de la imitación lo entendía Platón estricta y literalmente lo verá clarísimo
quien lea el libro 2 de las Leyes (aunque en mi opinión hay que aceptar que el hacer a
la música imitativa supone ampliar el alcance de la imitación hasta incluir en él el
simbolismo. La doctrina de la música como imitativa es común, desde luego, a la
República y a las Leyes). A través de este concepto de la imitación llega a fijar Platón
las cualidades que debe poseer un buen crítico: a) conocer aquello que se supone que
la imitación imita; b) saber si la imitación es «veraz» o no; y c) saber si ha sido bien
ejecutada en cuanto a las palabras, las melodías y los ritmos.22
Nótese que la doctrina de la μίμησιςindicaría que, para Platón, el arte tiene
definitivamente su esfera propia. Mientras que la ῖπιστήμηversa sobre el orden ideal
y la δόξαsobre el orden perceptible de los objetos naturales, a la εῖκασίαle concierne
el orden imaginativo. La obra de arte es un producto de la imaginación y se dirige al
elemento emocional del hombre. No hay por qué suponer que el carácter imitativo del
arte tal como Platón lo sostenía denotara esencialmente una simple reproducción
«fotográfica», pese a que sus expresiones acerca de la buena o «verdadera» imitación
den a entender que esto es lo que pensaba con frecuencia. Pues una cosa u objeto
natural no es una copia «fotográfica» de la Idea, ya que ésta, la Idea, pertenece a un
orden distinto del de los objetos físicos; de modo que se puede concluir, por analogía,
que tampoco la obra de arte ha de ser necesariamente mera reproducción exacta del
objeto físico. Es la obra de la imaginación creadora. Además, la insistencia de Platón
en el carácter imitativo de la música hace muy difícil suponer, según lo he señalado
ya, que la imitación quiera decir esencialmente «simple reproducción "fotográfica"»;
trátase más bien de simbolismo imaginativo, y precisamente por esto es por lo que tal
imitación no comporta ni verdad ni falsedad, sino que es imaginativa y simbólica
transmisión del brillo de la belleza, que se dirige, de suyo, a lo emotivo del hombre.
Las emociones del hombre son diversas: unas, provechosas, otras, perjudiciales. De
ahí que la razón deba decidir qué arte conviene y es admisible y qué otro arte haya de
excluirse. Y el hecho de que Platón admita al fin, en las Leyes, algunas formas del
arte en el seno del Estado indica que el arte ocupa una esfera peculiar de la actividad
humana, esfera que es irreducible a cualquiera otra. No se hallará a mucha altura,
pero es una esfera particular, especial. Evidéncialo esto el pasaje en que Platón,
después de referirse al carácter estereotipado del arte egipcio, observa que «si alguien
sólo es capaz de hallar del modo que fuere las melodías naturales, deberá
incorporarlas con confianza a una forma fija y legítima»23. Ha de admitirse, con todo,
que Platón no llega a advertir —o no lo manifiesta bastante— que el distintivo
específico de la contemplación estética es, de suyo, el desinterés. Le preocupan mucho
los efectos educativos y morales del arte, efectos que nada suponen, indudablemente,
para la contemplación estética en cuanto tal, pero que no por ello son menos reales y
que deben ser tenidos en cuenta por quienes, como Platón, den más valor a la
excelencia moral que a la sensibilidad estética
3. Reconoce Platón que la opinión corriente acerca del arte y de la música es la de que
toda su finalidad consiste en proporcionar placer, pero ésta es una opinión que él no
quiere aceptar. Una cosa puede enjuiciarse por el rasero del placer cuando no
proporciona ni utilidad, ni verdad, ni «semejanza» (alusión a la imitación), sino que
existe sola y únicamente por razón del encanto que la acompaña25. Ahora bien, la
música, por ejemplo, es representativa e imitativa, y la buena música tendrá la
«verdad de la imitación»26; por consiguiente, la música, al menos la buena,
proporciona cierta clase de «verdad», y así, no existe solamente por razón del encanto
que la acompaña, ni puede ser juzgada únicamente por el rasero del placer sensible.
Lo mismo se diga de las demás artes. La conclusión es que las distintas artes son
admisibles dentro del Estado con tal que se mantengan a la altura que les es propia:
subordinadas a sus funciones educativas, consistentes en proporcionar un placer
provechoso. Que las artes no agraden o que no deban agradar, en modo alguno
pretende decirlo Platón, quien concede que en la ciudad habrá de darse «la debida
consideración a la instrucción y al esparcimiento que proporcionan las Musas»27, y
declara, inclusive, que «todos los adultos y los jóvenes, libres o esclavos, de uno y otro
sexo, y la ciudad entera, deberían complacerse sin cesar con las melodías de que
hemos hablado, las cuales convendría que se fuesen cambiando y diversificando de
mil modos, a fin de evitar la monotonía, de suerte que los cantores gustaran siempre
de sus himnos y recibieran placer de ellos»28. Pero aunque Platón en las Leyes dé
cabida a las funciones recreativas y placenteras del arte, al «inocente esparcimiento»29
que el arte procura, en lo que más insiste es en sus funciones morales y educativas, en
el hecho de que proporciona un placer provechoso. La actitud para con el arte se
manifiesta más liberal en las Leyes que en la República, pero en sus rasgos esenciales
sigue siendo la misma. Según vimos al tratar del Estado, en ambos diálogos se
propugna el riguroso control o la censura más estricta del arte. Hasta en el pasaje
donde dice Platón que habrá que dar la consideración debida a la instrucción y al
esparcimiento que las Musas proporcionan, pregunta también si al poeta se le deberá
consentir «que entrene a sus coros como le plazca, sin atender a la virtud o al vicio»30.
En otros términos: el arte admitido dentro del Estado debe tener aquella relación
remota con la Forma (aquella «verdad de la imitación» por la vía del objeto físico) que
es posible en las creaciones de la imaginación. Si no cuenta con tal relación, el arte
será, no sólo un arte sin provecho, sino también un mal arte, ya que el buen arte ha
de poseer, según Platón, la citada «verdad de la imitación». Una vez más queda claro,
por ende, que el arte tiene una función suya peculiar, aun cuando no se trate de una
función sublime, puesto que constituye un escalón en la escala de la educación, colma
la necesidad humana de expresarse y procura un recreo, un entretenimiento inocente,
siendo la expresión de una forma concreta de la actividad humana —la de la
imaginación creadora (aunque aquí lo de «creadora» ha de entenderse en conexión con
la doctrina de la imitación)—. La teoría platónica del arte era, indudablemente,
elemental e insatisfactoria, pero difícilmente se justificaría el aserto de que Platón no
tuvo en este campo teoría alguna.

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