domingo, 20 de octubre de 2013

LA FILOSOFÍA POSTARISTOTÉLICA

1. Con el reinado de Alejandro Magno se terminó, en realidad, la época de la Ciudad-
Estado griega, libre e independiente. Durante su reinado y los de sus sucesores, que
combatieron entre sí por la supremacía política, la libertad de las ciudades griegas fue
ya sólo nominal... o dependió, por lo menos, de la benevolencia del soberano reinante.
A partir de la muerte del gran conquistador, en 323 a. de J. C., debe hablarse, más
que de civilización helénica (o griega vernácula), de civilización «helenística». Para
Alejandro mismo, la distinción neta entre griegos y «bárbaros» era artificiosa y falsa:
él pensaba según el concepto de Imperio, no según el de Ciudad. Y el resultado fue
que, a la vez que el Oriente se abría al influjo del Occidente, la cultura griega no pudo
menos de ser influida también por el nuevo estado de cosas. Atenas, Esparta, Corinto,
etc., no fueron ya entidades libres e independientes, unidas por un sentimiento común
de superioridad cultural en comparación con la oscura barbarie que en torno a ellas
imperaba: se vieron sumergidas en un todo más vasto, y no estaba lejos el día en que
Grecia entera se convirtiese en mera provincia del Imperio romano. La nueva
situación política no podía dejar de hacerse sentir en el campo de la filosofía.
Platón y Aristóteles habían sido hombres de la Ciudad griega y, para ellos, era
inconcebible el individuo aparte de la Ciudad y de la vida ciudadana: en ésta era
donde el individuo lograba alcanzar su fin, donde vivía la vida conveniente al ser
humano. Pero, cuando la ciudad libre quedó englobada en un conjunto cosmopolita
más dilatado, ocurrió, como no podía menos de ocurrir, que pasó al primer plano de la
atención, no sólo el cosmopolitismo con su ideal de ciudadanía universal, tal como lo
hallamos entre los estoicos, sino también el más extremado individualismo. En
realidad, estos dos elementos, el cosmopolitismo y el individualismo, estaban
estrechamente vinculados entre sí, porque cuando la vida de la Ciudad-Estado,
compacta y omniabarcadora tal como Platón y Aristóteles la habían concebido, vino a
romperse y los ciudadanos se vieron inmersos en un todo mucho más vasto, el
individuo se encontró inevitablemente lanzado a la deriva, sin las trabas o amarras
que le habían sujetado a la Ciudad-Estado. Era de esperar, pues, que en una sociedad
cosmopolita la filosofía centrara su interés sobre el individuo, procurando satisfacer a
su demanda de alguna guía que le orientase en el vivir, puesto que, en adelante,
tendría que vivir dentro de una gran sociedad y no ya en el seno familiar de una
Ciudad relativamente pequeña. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que la
filosofía tomase una orientación predominantemente ética y práctica, como lo hizo en
el estoicismo y en el epicureismo. Las especulaciones físicas y metafísicas tenderán a
relegarse a un segundo plano: no interesan ya por sí mismas, sino sólo en cuanto que
proporcionan base y preparación para la ética. Esta concentración en las cuestiones
morales ayuda a comprender por qué las nuevas escuelas tomaron prestadas sus
nociones metafísicas a otros pensadores, sin intentar elaborarlas por su cuenta. De
hecho, hacia donde se volvieron en demanda de tales nociones fue hacia los
presocráticos: el estoicismo recurrió a la física de Heráclito, y el epicureismo al
atomismo de Demócrito. Por otro lado, las escuelas postaristotélicas acudieron a los
postsocráticos, siquiera en parte, hasta en lo concerniente a sus concepciones o
tendencias éticas, inspirándose los estoicos en la ética de los cínicos y los epicúreos en
la de los cirenaicos.
Este interés ético-práctico se manifiesta sobre todo en el desarrollo de las escuelas
postaristotélicas durante la época romana, porque, a diferencia de los griegos, los
romanos no eran pensadores especulativos y metafísicos, sino, principalmente,
hombres prácticos. Los antiguos romanos habían insistido más que en ninguna otra
cosa en el carácter —la especulación teórica les era extraña—, y en el Imperio, cuando
ya los viejos ideales y las tradiciones de la República se habían echado en olvido, la
tarea del filósofo consistió precisamente en proporcionar al individuo un código de la
conducta que le capacitase para conducir su navecilla por el océano de la vida,
manteniendo una coherencia entre los principios y la acción, a base de cierta
independencia espiritual y moral. De aquí el fenómeno de que los filósofos fuesen una
especie de directores espirituales que cumplían un cometido en cierta manera análogo
al del director de conciencia tal como lo entiende el mundo cristiano.
Esta concentración en lo práctico, y el hecho de que la filosofía tomara a su cargo el
proporcionar modelos de vida condujeron naturalmente a que se difundiese mucho la
filosofía entre las clases cultas del mundo helenístico-romano y también a que se
originase una especie de filosofía popular. La filosofía se convirtió cada vez más
durante la época romana en una parte del ciclo educativo ordinario (lo cual requería
que se la presentara de una forma fácil y asequible), y así fue como la filosofía llegó a
ser rival del Cristianismo, cuando la nueva religión comenzaba a enseñorearse del
Imperio. Ciertamente se puede decir que la filosofía, al menos en alguna proporción,
brindaba un medio de satisfacer las necesidades y las aspiraciones religiosas del
hombre. La incredulidad respecto a la mitología popular era común, y allí donde
reinaba esta incredulidad —entre las clases cultas— quienes no se satisfacían
viviendo del todo sin religión tenían, o bien que afiliarse a alguno de los numerosos
cultos que desde el Oriente se habían ido introduciendo en el Imperio, y que al fin y al
cabo estaban mejor ideados para satisfacer las aspiraciones espirituales del hombre
que no la religión oficial del Estado con su actitud convencionalmente práctica, o bien
tenían que volverse hacia la filosofía. Por esto es por lo que podemos discernir
elementos religiosos en un sistema tan marcadamente ético como es el estoicismo, y
por lo que en el neoplatonismo, última floración de la filosofía antigua, alcanza su
punto culminante el sincretismo religioso-filosófico. Más aún, cabe decir que en el
neoplatonismo plotiniano, en el que el vuelo místico del espíritu o éxtasis se considera
lo más excelso de la actividad intelectual, la filosofía tiende a transformarse en
religión

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