domingo, 20 de octubre de 2013

LAS LEYES

1. En la composición de las Leyes diríase que a Platón le influyeron sus experiencias
personales. Así, afirma que tal vez se darían las mejores condiciones para establecer
la Constitución ideal si el político ilustrado se encontrara con un tirano o soberano
ilustrado también y benévolo, ya que entonces el déspota se hallaría en situación de
poder poner en práctica las reformas que aquél le sugiriese26. La infortunada
experiencia de Platón en Siracusa le hizo comprender quizá que, por lo menos, había
más esperanza de llevar a cabo las reformas constitucionales que pedía si su
implantación se intentaba en una ciudad regida por un solo hombre que en una
democracia como Atenas. Además, a Platón le influyó notoriamente la historia de
Atenas, con su elevación al rango de imperio comercial y marítimo y su caída por la
guerra del Peloponesio. De ahí que en el libro 4 de las Leyes estipule que la ciudad
esté situada a unos ochenta estadios del mar —y aun esta distancia (unos 15 Km.) le
parece poca—, o sea, que el Estado deberá ser un Estado agrícola y no comerciante,
una comunidad productora y no importadora. El prejuicio griego contra el tráfico y el
comercio sale a relucir en sus palabras de que «el mar es bastante grato como diaria
compañía, pero tiene un no sé qué de amargo y salobre, pues llena las calles de
mercaderes y tenderos, y engendra en los ánimos de los hombres hábitos de
desconfianza y de mentira, haciendo que el Estado sea poco de fiar e inamistoso a la
vez para sus propios ciudadanos y también para el resto de los hombres27.
2. El Estado debe ser una auténtica «administración». La democracia, la oligarquía y
la tiranía son todas indeseables, porque son Estados clasistas y sus leyes se aprueban
en bien de las clases particulares respectivas y no para el provecho de la Ciudad
entera. Los Estados que tales leyes tienen no son, en realidad, auténticos sistemas de
sana administración, sino facciones o partidos, y su noción de la justicia carece
simplemente de significado28. A nadie se le debe confiar el gobierno por
consideraciones de alcurnia o de riqueza, sino sólo porque personalmente tenga
carácter y cualidades para gobernar, y los gobernantes han de estar sometidos a la
ley. «El Estado en el que la Ley se halla por encima de los gobernantes y éstos son
súbditos de ella, florece próspero y dichoso, con todas las bendiciones de los dioses.»
Platón subraya aquí de nuevo lo que había dicho ya en el Político.
El Estado existe, por consiguiente, no para el bien de una clase determinada de
hombres, sino para que todos los ciudadanos vivan conforme es debido, y en las Leyes
reafirma Platón inequívocamente su convicción respecto a la importancia del alma y
de sus tendencias: «De cuantas cosas posee el hombre, próximo a los dioses, su alma
es la más divina y su más verdadero bien», y «todo el oro que hay sobre la tierra o
debajo de ella no es bastante para cambiarlo por la virtud»29.
3. No tenía Platón mucho que ver con Estados enormes, y así fija el número de los
ciudadanos en 5.040, cantidad que «puede dividirse exactamente por cincuenta y
nueve divisores» y «proporcionará cifras para la guerra y para la paz, y para todos los
contratos y transacciones, incluidos los impuestos y los lotes»30. Pero, aunque Platón
habla de 5.040 «ciudadanos», habla también de 5.040 casas, lo cual supondría que la
ciudad constase de 5.040 familias, y no individuos. Sea como fuere, los ciudadanos
poseerán casa y tierra, pues, aunque Platón mantiene expresamente que el ideal sería
el comunismo, sin embargo, en las Leyes, legisla adaptándose más a la práctica. Al
mismo tiempo, considera las eventualidades del auge de un Estado rico y comercial.
Por ejemplo, los ciudadanos deberán tener una moneda que circule solamente entre
ellos y no sea aceptada por el resto de la humanidad31.
4. Platón se ocupa extensamente en el asunto de la designación y las funciones de los
distintos magistrados. Me contentaré con mencionar uno o dos puntos. Por ejemplo,
habrá treinta y siete guardianes de la ley (νομοφύλακες), que tendrán no menos de
cincuenta años al ser elegidos y ocuparán sus cargos, a lo sumo, hasta los setenta.
«Todos cuantos sean soldados de a pie o de a caballo, o hayan tomado parte en la
guerra durante el período de su servicio militar, participarán en la elección de los
magistrados.»32 Habrá también un Consejo de 360 miembros, asimismo electos: 90 por
cada clase; la votación se organizará, naturalmente, de manera que no sea probable
que salgan elegidos los partidarios de las opiniones más extremadas. Habrá cierto
número de ministros, tales como los que se cuiden de la música y de la gimnasia (dos
ministros para cada una), uno que atienda a la educación, otro que presida los
certámenes... Pero el ministro más importante será el encargado de velar por la
educación, cuidándose de dirigir a los jóvenes, varones y hembras, y deberá tener, por
lo menos, cincuenta años de edad y ser «padre de hijos legalmente engendrados, de
ambos sexos, o siquiera de uno. El elegido y quien lo elige han de considerar que éste
es el más importante de todos los cargos principales del Estado»; el legislador no debe
permitir que la educación de los jóvenes pase a ser un problema secundario o
accidental33.
5. Habrá un comité de mujeres que controle a las parejas de casados durante diez
años a partir del matrimonio. Si una pareja no hubiere tenido ningún hijo durante ese
tiempo, el comité gestionará el divorcio de los cónyuges. Los hombres están obligados
a casarse entre los treinta y los treinta y cinco años; las doncellas entre los dieciséis y
los veinte (o los dieciocho, dice después). Las violaciones de la fidelidad conyugal
serán punibles. Los varones harán el servicio militar entre los veinte y los sesenta
años. Ningún hombre podrá desempeñar cargos públicos antes de tener treinta años,
y ninguna mujer antes de los cuarenta. Las medidas pertinentes al control de las
relaciones matrimoniales por el Estado difícilmente serán aceptables para nosotros,
pero Platón las consideraba, sin duda, como las consecuencias lógicas de su convicción
de que «el novio y la novia deben tener en cuenta que, si se casan, es para dar al
Estado los mejores y más hermosos ejemplares de hijos que les sea posible
engendrar»34.
6. En el libro 7, habló Platón de la educación y de sus métodos. Piensa hasta en los
niños de pecho, que deberán ser arrullados frecuentemente, pues esto calma las
emociones y produce «paz y tranquilidad en el alma»35. Desde los tres hasta los seis
años, niños y niñas jugarán juntos en los templos, vigilados por niñeras, y a partir de
los seis años se les separará y a cada sexo se le educará aparte, por más que Platón no
abandona del todo su parecer de que a las chicas se les ha de dar más o menos la
misma educación que a los muchachos. Se les enseñará y ejercitará en la gimnasia y
en la música, pero atendiendo sobre todo a esta última disciplina; y se compondrá
para ellos una antología poética estatal. Habrá que construir escuelas y se las
proveerá de profesores (extranjeros) a sueldo. Los adolescentes irán cada día a esas
escuelas, donde recibirán instrucción no sólo gimnástica y musical, sino también de
aritmética elemental, astronomía, etcétera.
7. Legisla Platón sobre las actividades religiosas del Estado. Habrá una función
religiosa cada día, para que «al menos un magistrado ofrezca diariamente sacrificio a
algún dios o semidios en favor de la ciudad, de los ciudadanos y de sus bienes»36.
Legisla también sobre la agricultura, y establece asimismo un código penal. Respecto
a este último, Platón insiste en que se debe tener en cuenta el estado psíquico del reo.
Su distinción entre βλαβή ῖδικία37 es bastante equivalente a la nuestra entre la acción
civil y la criminal:
8. En el libro 10, expone Platón su famoso programa de castigo al ateísmo y a la
herejía. Decir que el universo es producto de la agitación de elementos corpóreos
carentes de inteligencia, es ateísmo. Contra tal tesis arguye Platón que no puede
menos de haber una fuente del movimiento y que, a fin de cuentas, hemos de admitir
un principio que se mueve por sí mismo, que es el espíritu o el alma. De aquí que el
alma o el espíritu sea la fuente del movimiento cósmico. (Platón declara que tiene que
haber más de un alma responsable del universo —puesto que en éste se dan el
desorden y la irregularidad además del orden—, y que puede que sean más de dos
esos principios.)
Perniciosa herejía es la de decir que los dioses son indiferentes con respecto al
hombre38. Contra esto arguye Platón:
a) A los dioses no puede faltarles el poder necesario para prestar atención a las
cosas pequeñas.
b) No se concibe que Dios sea tan perezoso o esté tan hastiado, como para no
ocuparse en detalles. Aun los artífices humanos se cuidan de los detalles.
c) La Providencia no implica «interferencia» con la Ley. La justicia divina se
realizará, en todo caso, a lo largo de sucesivas vidas de los mortales.
Otra herejía todavía peor es la opinión de que los dioses son venales, de que por medio
de ofrendas y presentes se les puede inducir a condonar la injusticia39. Contra esto
arguye Platón que no se ha de suponer que los dioses sean como pilotos a quienes se
pueda mover, dándoles vino, a que lleven el barco y a sus marineros a la ruina, ni
tampoco cual aurigas a los que se pueda sobornar para que dejen ganar la carrera a
otros conductores, ni como pastores que consientan que se les robe el ganado a
condición de participar en el botín. Suponer cualquiera de estas cosas es hacerse
culpable por blasfemia.
Indica Platón qué castigos deben imponerse a quienes sean convictos de ateísmo o de
herejía. Al hereje moralmente inofensivo se le recluirá durante cinco años —por lo

menos— en la casa-correccional, adonde irán a visitarle los miembros del Consejo
Nocturno, que razonarán con él acerca de lo erróneo de su conducta. (Por supuesto
que a los convictos de las dos herejías más graves se les condenará a un encierro más
largo.) La reincidencia será castigada con la pena de muerte. En cuanto a los herejes
que trafiquen además con la superstición de los otros ciudadanos para aprovecharse
de ella, o que funden cultos inmorales, a ésos se les condenará a cadena perpetua y se
les tendrá presos en la parte más desolada del país, y cuando mueran se arrojarán sus
cuerpos sin darles sepultura, y a sus familiares se les considerará como a menores y
pupilos del Estado. Para mayor seguridad, decreta Platón que no se permitan
santuarios ni cultos privados40.
Advierte también que, antes de perseguir a alguien bajo la acusación de impío, los
guardianes de la Ley deberán determinar «si el delito lo cometió por convicción o sólo
por pueril ligereza».
9. Entre las cuestiones legales de que se trata en los libros 11 y 12 mencionaremos por
su especial interés las siguientes:
a) Ha de ser bien raro —dice Platón— que si un esclavo o un hombre libre se portan
como es debido caigan en extrema pobreza «estando la ciudad tolerablemente
administrada o gobernada». Se dará, por lo tanto, un decreto que prohíba la
mendicidad, y los mendigos profesionales serán expulsados del país, «de suerte que
nuestro país quede limpio de esta clase de bichos»41.
b) El afán de pleitear o la práctica de entablar procesos con propósitos de lucro,
tratando de convertir así al tribunal en colaborador de la injusticia, podrá ser
castigado con la pena de muerte42.
c) La apropiación fraudulenta de los fondos y pertenencias públicos será castigada con
la muerte si el delincuente es un ciudadano, puesto que el hombre que, habiendo
recibido del Estado el beneficio de la educación, se comporta de ese modo es
incorregible. En cambio, si el delincuente es extranjero o esclavo, los tribunales
decidirán qué pena imponerle, considerando que quizá se le pueda curar todavía43.
d) Un Comité de εῖθυνοι[= inspectores de cuentas] tendrá a su cargo examinar la
gestión de los magistrados cuando éstos cesen en sus funciones44.
e) El Consejo Nocturno (que celebrará sus sesiones muy de madrugada, antes de que
empiece el tráfago del día) estará compuesto de 10 de los νομοφύλακες, más veteranos,
del ministro y los ex ministros de educación y de otros 10 ciudadanos de elección
conjunta, cuya edad ande entre los treinta y los cuarenta arios. O sea, que sus
miembros estarán avezados a contemplar lo Uno en lo múltiple y sabrán que la virtud
es una: serán hombres versados en la dialéctica y ejercitados también en las
matemáticas y en la astronomía, a fin de que puedan ser firmes sus convicciones
respecto al operar de la Razón divina en el mundo. Así, este Consejo, siendo sus
componentes buenos conocedores de las cosas de Dios y del modelo ideal de la Bondad,
se hallará capacitado para velar por la Constitución y será «la salvaguarda de nuestro
gobierno y de nuestras leyes»45.
f) En orden a evitar confusionismos, novedades y agitaciones, a nadie se le permitirá
viajar por el extranjero sin la autorización del Estado, y éste sólo se la otorgará a
quienes tengan más de cuarenta años (a no ser que se trate de expediciones
militares). Los que visiten otros países, cuando vuelvan deberán «asegurar a los
jóvenes que las instituciones de los otros Estados son inferiores a las del propio»46.
Con todo, el Estado mismo enviará por su parte a algunos «observadores» para que
vean si en otras tierras hay algo digno de admirar y que pueda adoptarse con
provecho en casa. Tales enviados no tendrán ni menos de cincuenta ni más de sesenta
años de edad, y a su retorno presentarán un informe al Consejo Nocturno. No sólo las
visitas de los ciudadanos a los países extranjeros estarán sometidas al control del
Estado, sino que también vigilará éste las visitas de los viajeros que vengan de fuera.
A quienes vengan por motivos puramente comerciales no se les dará pie ni estímulos
para que se mezclen con los ciudadanos, mientras que a los que vengan para asuntos
aprobados por el Estado se les tratará honrosamente como a huéspedes oficiales47.
10. La esclavitud. Se ve clarísimamente al leer las Leyes que Platón aceptaba la
institución de la esclavitud y que consideraba al esclavo como propiedad de su amo,
propiedad que podía ser enajenada48. Más aún, siendo así que en la Atenas de su
tiempo los hijos de la unión de una esclava con un hombre libre se consideraban, al
parecer, como libres, Platón decreta, en cambio, que los hijos pertenezcan siempre al
dueño de la esclava que los diere a luz, tanto si los ha engendrado en ella un hombre
libre como si ha sido su progenitor un liberto49. En algunos otros aspectos se muestra
también Platón más severo que la práctica ateniense contemporánea, y no da al
esclavo el trato protector que le concedían las leyes de Atenas50. Cierto es que se cuida
de proteger al esclavo en lo tocante a su capacidad pública (por ejemplo, quienquiera
mate a algún esclavo para impedir que dé informes sobre hechos delictivos recibirá el
mismo castigo que si hubiese dado muerte a un ciudadano)51, y que le permite dar
testimonio en casos criminales sin que se le someta a tortura; pero nunca menciona
que sea lícito perseguir públicamente al hombre culpable de ῖβριςcontra su esclavo,
cosa que permitía desde luego la ley ática. De la República parece deducirse52 que a
Platón le desagradaba la relativa facilidad de movimientos e iniciativas que se
concedía a los esclavos en la democrática Atenas, pero seguramente tampoco deseaba
que se los tratase con brutalidad. Así, en las Leyes, si bien declara que «a los esclavos
debe castigárseles según se lo merezcan y no se les ha de amonestar como a hombres
libres, pues con eso sólo se lograría envanecerles» y que «el lenguaje empleado con los
siervos debe ser siempre imperioso, nunca se ha de bromear con ellos, sean hombres o
mujeres»; no obstante, dice también que «hemos de atenderlos con solicitud, no sólo
por ellos, sino todavía más por consideración a nosotros mismos. Y el trato justo que a
los esclavos debe darse consiste en no maltratarlos y en hacerles, si cabe, hasta más
justicia que a nuestros iguales, pues quien naturalmente reverencia a la justicia y
odia de veras las injusticias lo demuestra en sus relaciones con esta clase de hombres
para con los cuales fácilmente se puede ser injusto»53.
Hemos de concluir, por lo tanto, que Platón aceptó simplemente la institución de la
esclavitud, y que, en lo tocante al trato debido a los esclavos, ni le agradaba por una
parte la laxitud ateniense, ni, por otra, veía bien tampoco la brutalidad espartana.
11. La guerra. En el libro 1 de las Leyes, el cretense Clinias hace notar que, a su
parecer, la legislación de Creta ha sido establecida con miras a la guerra: cada ciudad
está allí normalmente en estado de guerra contra todas las demás ciudades, y tal
guerra «no es preciso que la proclamen heraldos, sino que es incesante»54. Mégilo el
lacedemonio concuerda con él. En cambio, el Extranjero ateniense repara en que: a)
respecto a la guerra intestina o civil, el mejor legislador tratará de evitarla en su
Estado, o, si llegare a estallar, procurará reconciliar y amistar a los bandos
contendientes, y b) respecto a la guerra exterior o internacional, el verdadero hombre
de Estado pondrá sus miras en lo más conveniente. Ahora bien, lo mejor, lo más
conveniente es asegurar la felicidad del Estado en la paz y en la buena voluntad. Por
lo tanto, ningún legislador que esté en sus cabales organizará nunca la paz con miras
a la guerra, sino que, más bien, si ordena la guerra será con miras a la paz55. Así
pues, Platón no opina, ni mucho menos, que el sistema gubernamental haya de existir
para la guerra, y simpatizaría muy poco con los virulentos militaristas de los tiempos
modernos. Indica que «muchas victorias han sido y serán suicidas para los
vencedores, mientras que la educación nunca lo es»56.
12. Cuando se reflexiona sobre la vida humana, sobre el bien del hombre y sobre el
recto vivir, tal como Platón lo hizo, evidentemente no se pueden pasar por alto las
relaciones sociales. El hombre nace dentro de una sociedad: no sólo en la de la familia,
sino también en el seno de una asociación más amplia, y es en esta Sociedad donde
debe vivir rectamente y alcanzar su fin. No se le ha de tratar cual si fuese una unidad
aislada y viviese para sí solo. Sin embargo, aunque todo pensador que se interese por
lo humano y se pregunte por el puesto y el destino del hombre tiene que construirse
alguna teoría de las relaciones sociales del hombre, bien puede suceder que de sus
elucubraciones al respecto no resulte ninguna teoría del Estado, a menos que le haya
precedido una conciencia política un tanto desarrollada. Quien se sienta como
miembro meramente pasivo de alguna gran potencia autocrática —digamos, del
Imperio persa— en la que ningún papel activo se le llame a desempeñar, excepto el de
contribuyente o el de soldado, apenas tendrá despierta su conciencia política: para él
habrá poquísima o ninguna diferencia entre un autócrata u otro y entre uno u otro
imperio, persa o babilónico. Pero el hombre que pertenece a una comunidad política
en la que se siente llamado a llevar una carga de responsabilidades y tiene no sólo
deberes sino también derechos e influjo personal, ése llegará a ser políticamente
consciente. Al que es políticamente inconsciente, el Estado puede parecerle una cosa
establecida contra él, ajena si no ya opresiva, y este tal tenderá a concebir su camino
salvador como algo que consiste en su actividad individual, y acaso en la cooperación,
pero dentro de otras sociedades distintas de la burocracia imperante: no sentirá
inmediatamente ningún estímulo a formar una teoría del Estado. Por el contrario, al
hombre políticamente consciente parécele el Estado un cuerpo en el que él tiene
asignadas unas funciones algo así como una extensión de sí mismo; y, por ende, si es
reflexivo y pensador, sentirá alicientes para formular una teoría del Estado.
Los griegos tenían en alto grado esta conciencia política: no concebían el recto vivir
como no fuese en la πόλις. ¿Qué más natural, pues, que el que Platón, al meditar sobre
la vida recta en general, es decir, sobre el vivir conveniente al hombre en cuanto
hombre, reflexionara también sobre el Estado en cuanto tal, o sea, sobre la πόλις
ideal? Él era filósofo, y lo que le interesaba no era tanto la Atenas ideal o la Esparta
ideal cuanto la Ciudad ideal, la Forma arquetípica de la que todos los estados
empíricos son meras aproximaciones. Sin que esto quiera decir, por supuesto, que la
concepción platónica de la πόλιςno estuviese muy influida por la realidad de las
ciudades-estado griegas de su tiempo: no podía menos de ser así. Pero Platón
descubrió los principios básicos de la vida política, por lo que puede decirse con verdad
que fue él quien puso los fundamentos de una teoría filosófica del Estado. Y digo de
una teoría «filosófica» del Estado porque una teoría de reforma inmediata no es ni
general ni universal, mientras que lo escrito por Platón acerca del Estado se basa en
la naturaleza misma del Estado en cuanto tal, y por ello está destinado a ser
universal, carácter esencial para una teoría filosófica del Estado. Muy cierto es que
Platón se ocupó de reformas que él creía necesarias dada la situación de los Estados
griegos de aquel entonces, y que su teoría la montó sobre el trasfondo de la πόλις
griega; pero, como trató de ser universal y de atenerse a la naturaleza misma de la
vida política, hemos de reconocer que estructuró una teoría filosófica del Estado.
La teoría política de Platón y Aristóteles ha sido, en efecto, el fundamento de
fructíferas especulaciones subsiguientes acerca de la naturaleza y de las
características del Estado. Muchos detalles de la República de Platón podrán ser
irrealizables en la práctica, o indeseables si tuviesen realización posible; pero su
pensamiento capital es la concepción del Estado como posibilitador y promotor de la
vida digna del hombre, como cooperador a que éste alcance su fin temporal, su
bienestar. Esta manera helénica de concebir el Estado, que es también la de Santo
Tomás, es superior en sus puntos de vista a la que se conoce por el nombre de
«concepción liberal del Estado», que considera a éste como una institución cuyas
funciones se limitan a las de defender la propiedad privada y, en general, dar pruebas
de una actitud negativa frente a sus propios miembros. Claro que, en la práctica, aun
los más acérrimos partidarios de esta manera de entender el Estado han tenido que
abandonar la política del completo laissez-faire; pero su teoría resulta estéril, vacua y
negativa en comparación con la de los griegos.No obstante, la individualidad tal vez la pusiesen poco de relieve los griegos, como
hasta Hegel lo nota. («Platón en su República permite a los gobernantes que asignen a
los individuos sus clases respectivas y sus tareas particulares. En todas estas
relaciones se echa de menos el principio de la libertad subjetiva.» Y también, en
Platón «no se atiende como se debe al principio de la libertad subjetiva».)57 Esta
libertad fue puesta del todo en claro gracias a los teóricos de la Edad Moderna que
forjaron la teoría del contrato social. Para ellos, los hombres son, por naturaleza,
átomos separados, desunidos, si no recíprocamente antagónicos, y el Estado es sólo un
artificio convencional ideado para mantenerlos todo lo posible en esa condición y velar
al mismo tiempo por que se mantenga la paz y se asegure la propiedad privada. Su
opinión encierra, sin duda, una verdad y un valor, de suerte que el individualismo de
pensadores como Locke ha de combinarse con la teoría más comunitaria del Estado
sostenida por los grandes filósofos griegos. Por lo demás, el Estado que combine
ambos aspectos de la vida humana deberá reconocer también la posición y los
derechos de la Sociedad sobrenatural, de la Iglesia. Con todo, al insistir en los
derechos de la Iglesia y en la importancia del fin sobrenatural del hombre, tenemos
que tener cuidado de no minimizar o mutilar el carácter del Estado, que es
igualmente una «Sociedad perfecta», cuyo fin es el bienestar temporal del hombre.

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