domingo, 20 de octubre de 2013

LA ACTIVIDAD FILOSÓFICA DE SÓCRATES

1. Dice Aristóteles que a Sócrates pueden atribuírsele con justicia dos adelantos
científicos: por su empleo de los «razonamientos inductivos y de la definición
universal» (τούς τ᾽ἐπαϰτιϰούς λόγουςϰαίτόὁρίζεσθαιπαθολου)27. Esta última
observación ha de entenderse relacionándola con el aserto de que «Sócrates no hizo
existir aparte los universales o las definiciones; en cambio, su sucesor les dio una
existencia separada y a esta especie de cosas es a lo que llamaron Ideas».
Así pues, Sócrates se ocupó de las definiciones universales, o sea, de la posibilidad de
llegar a unos conceptos precisos, fijos. Los sofistas proponían doctrinas relativistas,
rechazando las doctrinas necesaria y universalmente válidas. Pero a Sócrates le llamó
la atención el hecho de que el concepto universal siga siendo siempre el mismo: los
ejemplos concretos pueden variar, mas la definición se mantiene invariable.
Aclarémoslo mediante un caso particular: según Aristóteles, al hombre se le define
como «animal racional»; ahora bien, cada hombre posee distintas dotes: unos tienen
mucho talento, otros no; unos guían su conducta por la razón, otros se entregan
atolondradamente a los instintos y a los impulsos de las pasiones; hay hombres que
no gozan del libre uso de su razón, ya sea por estar dormidos, ya porque son
«mentalmente deficientes». Pero todos los animales dotados de razón —tanto si la
emplean de hecho como si no la emplean, lo mismo si pueden usar de ella libremente
que si algún defecto orgánico les estorba tal uso— son hombres: la definición del
hombre se cumple en ellos, y esta definición, permanece constante, válida para todos.
Cualquier «hombre» es, pues, «animal racional», y cualquier «animal racional» es
«hombre». No podemos detenernos a discutir ahora cuáles sean la naturaleza exacta o
la objetividad de nuestras nociones genéricas y específicas: simplemente queremos
ilustrar el contraste entre el singular y el universal y poner de relieve el carácter
constante de la definición. Algunos pensadores han sostenido que el concepto
universal es puramente subjetivo, pero es muy difícil ver cómo podríamos formar
tales nociones universales y por qué tendríamos que formarlas, a no ser que se dé de
hecho una base para las mismas. Más adelante tendremos que volver a ocuparnos de
la cuestión de la objetividad y de la naturaleza metafísica de los universales; por
ahora, bástenos con indicar que el concepto universal o la definición se nos presenta
con un algo de constante y de permanente que le hace destacarse, por la posesión
misma de estas características, del mundo de las particularidades perecederas, del
cual proviene. Aun cuando desapareciesen todos los hombres, la definición del hombre
como «animal racional» permanecería idéntica. Podemos hablar, también, de una
pieza de oro diciendo que es «de oro auténtico», con lo que damos a entender que en
ella se realiza la definición del oro, su modelo o patrón universal. Semejantemente,
decimos de algunas cosas que son más o menos bellas, dando a entender que se
aproximan en mayor o menor grado al prototipo de la Belleza, a un modelo que no
cambia o varía como los objetos bellos de nuestra experiencia, sino que permanece
constante y «regula», por decirlo así, todos los objetos bellos singulares. Claro está que
podemos equivocarnos al suponer que conocemos el modelo de la Belleza suma, pero,
de todos modos, al hablar de los objetos como más o menos bellos, damos por supuesto
que hay un modelo. Pongamos un último ejemplo: los matemáticos hablan de la línea,
del círculo, etcétera, y los definen. Ahora bien, entre los objetos de nuestra
experiencia no se hallará nunca ni la línea perfecta ni el círculo perfecto: sólo, a lo
sumo, meras aproximaciones a la línea o al círculo de la definición. Se da, por tanto,
un contraste entre los objetos imperfectos y mudables de nuestra experiencia
cotidiana, de un lado, y, del otro, el concepto universal o la definición de esos objetos.
Compréndese, pues, fácilmente, qué es lo que le llevó a Sócrates a considerar tan
importantes las definiciones universales: interesado sobre todo por la conducta ética,
vio que la definición es como una sólida roca que sirve de asidero a los hombres en
medio del proceloso mar de las doctrinas relativistas de los sofistas. Para una ética
relativista, la justicia, por ejemplo, varía de una ciudad a otra, de una comunidad a
otra comunidad: nunca se puede decir que la justicia sea esto o aquello, ni que
determinada definición suya valga para todos los Estados, sino solamente que la
justicia en Atenas es esto y en Tracia esto otro. En cambio, si logramos de una vez
para a siempre una definición universal de la justicia, que exprese su íntima
naturaleza y sea valida para todos los hombres, entonces contaremos con algo seguro
sobre lo cual construir, y podremos juzgar no sólo las acciones individuales, sino
también los códigos morales de los distintos Estados, en la medida en que tales
códigos encarnen la definición universal de la justicia o, por el contrario, se aparten
de ella.
2. A Sócrates, dice Aristóteles, se le pueden atribuir con todo derecho los
«razonamientos inductivos». Ahora bien, lo mismo que sería erróneo suponer que al
ocuparse de las «definiciones universales» Sócrates se cuidó de examinar la
naturaleza metafísica del universal, sería también un error suponer que, al ocuparse
de los «razonamientos inductivos» le interesaran los correspondientes problemas de
lógica. Fue Aristóteles quien, al recordar cómo procedía Sócrates, resumió su método
en el plano lógico; pero no ha de entenderse por ello que Sócrates desarrollase
explícitamente una teoría de la inducción desde el punto de vista de un lógico.
¿En qué consistía el método práctico de Sócrates? Su forma era la de la «dialéctica» o
conversación. Trababa Sócrates conversación con alguien y procuraba ir sacándole las
ideas que tuviese sobre algún tema. Por ejemplo, podía declararse ignorante de qué
sea en realidad la valentía, y preguntar a su interlocutor si poseía alguna luz sobre
ello. O bien solía orientar la conversación en aquel sentido, y cuando el otro empleaba
el término «valentía» preguntábale Sócrates qué es la valentía, manifestando su
propia ignorancia y su deseo de aprender. Su interlocutor había usado el vocablo; por
consiguiente, debía de saber lo que significaba. Cuando le daban en respuesta una
definición o una descripción, Sócrates solía mostrarse satisfechísimo, pero por lo
común reparaba en que había una o dos pequeñas dificultades que le gustaría ver
puestas en claro. Consecuentemente, iba haciendo preguntas, dejando que fuese el
otro quien más hablase, pero dirigiendo él mismo el curso de la conversación, de
suerte que quedara patente, al fin, lo inadecuado de la propuesta definición de la
valentía. El interlocutor volvía entonces sobre sus pasos y proponía una definición
nueva o modificaba la ya propuesta, y de este modo avanzaba el proceso, hasta llegar,
o no, al éxito final.

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