domingo, 20 de octubre de 2013

EL CONOCIMIENTO NO ES SIMPLEMENTE «EL JUICIO VERDADERO»

Comprende Teeteto que no puede decir que el juicio por sí solo, sin más, sea el
conocimiento, porque también se pueden hacer juicios falsos. Sugiere, en
consecuencia, que se acepte, siquiera como definición provisional, que el conocimiento
es el juicio verdadero, hasta que su examen pruebe si es correcto o falso. (Aquí tiene
lugar una digresión, en la que Sócrates trata de averiguar cómo son posibles los
juicios equivocados y cómo se incurre en ellos. No entraremos en esta discusión, pero
sí que mencionaré una o dos sugerencias que se hacen de pasada. Así, la de que
algunos juicios erróneos provienen de la confusión de dos objetos de diferentes clases,
uno de los cuales es el objeto actual de la percepción sensible y el otro una imagenaquí a modo de ensayo con el que se intenta hacer ver cómo pueden originarse las
otras clases de juicios falsos, pero se la halla insatisfactoria; y Platón concluye que el
problema del juicio erróneo no puede tratarse convenientemente sin que antes se
haya determinado la naturaleza del conocimiento. La discusión sobre el juicio erróneo
es continuada en el Sofista.)
Al examinarse la sugerencia de Teeteto de que el conocimiento es el juicio verdadero,
indícase que un juicio puede ser verdadero aun cuando su verdad no incluya el
conocimiento de ella por parte del hombre que hace el juicio. Fácil es comprender la
importancia de esta observación. Si yo emitiese en este momento el siguiente juicio:
«El primer ministro británico está hablando por teléfono con el presidente de los
EE.UU.», esto podría ser verdad, pero tal verdad no necesitaría, para serlo, de que yo
la conociese. Sería una adivinación o una casualidad, dado lo poco que yo estoy al
corriente de las actividades de esos personajes, el que mi juicio fuese objetivamente
verdadero. De la misma manera, un hombre puede ser llevado ante los tribunales a
responder de un cargo sobre algún crimen del que en realidad no es culpable, aunque
los indicios sean tan fuertes contra él que no logre probar su inocencia. Si, con todo,
un abogado hábil, al defender a ese hombre inocente, fuese capaz de presentar las
cosas, con la fuerza de su argumentación, de tal manera que el jurado diese el
veredicto de «No culpable», el juicio de los miembros del jurado sería un juicio
verdadero; pero difícilmente se podría decir que ellos conocían la inocencia del reo, ya
que, por hipótesis, las pruebas estaban contra él. Su veredicto habría sido un juicio
verdadero, pero estaría basado en la persuasión, más bien que en el conocimiento.
Síguese, por ende, que el conocimiento no es simplemente el juicio verdadero, y
Teeteto es invitado a hacer otra sugerencia respecto a la definición adecuada del
conocimiento.
mnemónica. Alguien puede juzgar equivocadamente que está viendo a un amigo suyo
que, en realidad, se halla en otra parte. Allí, ante el que así juzga, hay efectivamente
alguien, pero éste no es su amigo. Nuestro juzgador tiene una imagen mnemónica de
su amigo, y algo que hay en la figura de aquel al que está viendo le recuerda esa
imagen mnemónica: por eso piensa, equivocándose, que es su amigo el que se
encuentra ante él. Pero, evidentemente, no todos los casos de juicios erróneos son
ejemplos de confusión entre una imagen retenida por la memoria y un objeto presente
de la percepción sensible: los errores en los cálculos matemáticos, difícilmente se
podrían reducir al caso citado. La famosa comparación de la «pajarera» se introduce

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