viernes, 18 de octubre de 2013

LOS ATOMISTAS

El fundador de la escuela atomista fue Leucipo de Mileto. No han faltado quienes
sostuvieran que Leucipo nunca existió1, pero Aristóteles y Teofrasto hacen de él el
fundador de la filosofía atomista, y es duro suponer que se equivocaran. Imposible
fijar las fechas; pero Teofrasto asegura que Leucipo había sido miembro de la escuela
de Parménides, y en la Vida de Leucipo escrita por Diógenes Laercio se lee que fue
discípulo de Zenón (οῦτοςἤϰουσεΖήνωνος). Parece ser que el Gran Diakosmos,
incorporado posteriormente a las obras de Demócrito de Abdera, era en realidad obra
de Leucipo, y sin duda Burnet tiene toda la razón cuando compara el Corpus
democríteo con el Corpus hipocrático, haciendo notar que ni en uno ni en otro caso
podemos distinguir quiénes fueron los autores de los diversos tratados de que
constan2. La totalidad del Corpus es obra de una escuela, y hay pocas probabilidades
de que se llegue nunca a poder adjudicar cada obra a su autor respectivo. Así, pues, al
tratar de la filosofía atomista, no pretenderemos discernir entre lo que en ella fuese
obra de Leucipo y lo que se deba a Demócrito. Mas, como Demócrito pertenece a una
época bastante posterior y no es muy exacto históricamente clasificarle entre los
presocráticos, dejaremos para un capítulo ulterior su doctrina de la percepción
sensible, con la que trató de replicar a Protágoras, así como su teoría de la conducta
humana. Algunos historiadores de la filosofía se ocupan de las opiniones de Demócrito
sobre los citados puntos al estudiar la filosofía atomista en la parte dedicada a los
presocráticos; pero, dado que Demócrito es de fecha indudablemente posterior, parece
preferible seguir en esto a Burnet.
La filosofía atomista es, en realidad, el desarrollo lógico de la filosofía de Empédocles.
Éste había tratado de conciliar el principio parmenídeo de la negación del paso del ser
al no-ser, o viceversa, con el hecho evidente del cambio, y ello a base de postular
cuatro elementos que, mezclados unos con otros en distintas proporciones, forman los
objetos de nuestra experiencia. Sin embargo, de hecho no llevó hasta sus últimas
consecuencias su doctrina de las partículas, ni hasta su conclusión lógica la
explicación cuantitativa de las diferencias cualitativas. La filosofía de Empédocles fue
una etapa transitoria en la explicación de todas las diferencias cualitativas por una
yuxtaposición mecánica de partículas materiales que al agruparse constituirían
diversos modelos. Por lo demás, las fuerzas de Empédocles —el Amor y la Discordia—
eran unos poderes metafóricos, que debían ser eliminados de una filosofía mecanicista
consecuente. El paso final para completar el mecanicismo intentaron darlo los
atomistas
Según Leucipo y Demócrito, hay un número infinito de unidades indivisibles, a las
que ellos dan el nombre de «átomos». Como estos átomos son demasiado pequeños, los
sentidos no los pueden percibir. Los átomos difieren en tamaño y en forma, pero no
tienen ninguna cualidad, excepto la de ser sólidos o impenetrables. Infinitos en
número, agítanse en el vacío. (Parménides había negado la realidad del espacio. Los
pitagóricos habían admitido un vacío para mantener separadas sus unidades últimas,
pero identificaban tal vacío con el aire atmosférico, el cual Empédocles hizo ver que es
corpóreo. Leucipo, por su parte, afirmó a la vez la irrealidad del espacio y su
existencia, entendiendo por «irrealidad» la incorporeidad. Expresaba su pensamiento
diciendo que «lo que no es» es tan real como «lo que es». Por tanto, el espacio o el vacío
no es corpóreo, pero es tan real como los cuerpos.) Más tarde, los epicúreos enseñaron
que los átomos se mueven todos hacia abajo en el seno del vacío por la fuerza de la
gravedad; para sentar esta doctrina les influyeron probablemente las nociones
aristotélicas del peso y la ligereza absolutos. (Aristóteles asegura que ninguno de sus
predecesores había concebido esta noción.) Ahora bien, Aecio dice expresamente que,
aunque Demócrito asignaba a los átomos tamaño y forma, no les asignaba, peso, pero
que Epicuro añadió lo del peso para poder explicar el movimiento de los átomos3.
Cicerón refiere lo mismo y declara también que, según Demócrito, no había ni
«arriba», ni «abajo», ni «en medio» en el seno del vacío4. Si esto era lo que Demócrito
sostenía efectivamente, está claro que en ello acertaba, pues no existen ni el abajo ni
el arriba absolutos; pero entonces, ¿cómo concebía el movimiento de los átomos?
Aristóteles, en el De Anima5 atribuye a Demócrito una comparación entre los
movimientos de los átomos del alma y los de las motas de polvo que se perciben en un
rayo de sol, las cuales danzan de acá para allá y en todas direcciones aunque no haya
ni un soplo de viento. Quizá también Demócrito concibiese de esta manera el
movimiento original de los átomos.

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