viernes, 18 de octubre de 2013

LA FILOSOFÍA PRESOCRÁTICA

1. Suele decirse a menudo que la filosofía griega gira en torno al problema de lo Uno y
lo Múltiple. En las fases más primitivas de ella encontramos ya la noción de la
unidad: las cosas se transforman unas en otras... por consiguiente, ha de haber algún
sustrato común, algún principio último, cierta unidad subyacente a la diversidad.
Tales declara que ese principio común es el agua; Anaxímenes, que el aire; Heráclito,
que el fuego: se decide cada uno por un principio diferente, pero los tres creen en un
principio último. Ahora bien, aunque el hecho del cambio —lo que Aristóteles llamó el
cambio «sustancial»— pudiese sugerirles a los cosmólogos primitivos la noción de una
subyacente unidad del universo, sería erróneo reducir tal noción a una conclusión de
la ciencia física. Habida cuenta de lo que requieren las pruebas estrictamente
científicas, carecían ellos de datos suficientes para garantizar sus afirmaciones acerca
de la unidad, y mucho menos podían garantizar de certera la aserción sobre cualquier
último principio concreto, ya fuese el agua, el fuego o el aire. El hecho es que los
primeros cosmólogos saltaron, por encima de los datos, a la intuición de la unidad
universal: poseían lo que podríamos llamar la facultad de la intuición metafísica, y en
esto estriba su gloria y el que merezcan ocupar un puesto en la historia de la filosofía.
Si Tales se hubiese contentado con decir que la tierra evolucionó a partir del agua,
«tendríamos tan sólo —como observa Nietzsche— una hipótesis científica: hipótesis
falsa, aunque difícil de refutar». Pero Tales rebasó la hipótesis meramente científica:
llegó a formular una doctrina metafísica con su frase de que todo es uno.
Citemos otra vez a Nietzsche: «La filosofía griega comienza, al parecer, con una
fantasía absurda: con la proposición de que el agua es el origen, el seno materno de
todas las cosas. ¿Merece la pena, realmente, parar mientes en ella y considerarla con
seriedad? Sí, y por tres razones: En primer lugar, porque esta proposición enuncia
algo sobre el origen de las cosas; en segundo lugar, porque lo hace así sin metáforas ni
fábulas; en tercero y último lugar, porque en ella está ya contenida, aunque sólo en
fase de crisálida, la idea de que todo es uno. La primera de las razones aducidas deja
aún a Tales en compañía de gentes religiosas y supersticiosas; la segunda, empero, lo
saca ya de esa compañía y nos lo muestra como un filósofo de la naturaleza; y, en
virtud de la tercera, Tales pasa a ser el primer filósofo griego.»1 Esto es también
verdad de todos los primeros cosmólogos: hombres como Anaxímenes y Heráclito se
remontaron igualmente por encima de lo que podía ser verificado mediante la mera
observación empírica. Al mismo tiempo, no se contentaron con ninguna de las
admitidas fantasías mitológicas, porque buscaban un auténtico principio de unidad, el
sustrato último del cambio: lo que afirmaron, lo afirmaron con toda seriedad. Tenían
ellos la noción de que el mundo era un todo sistemático, un conjunto gobernado por
una ley. Sus afirmaciones se las dictaban la razón o el discurso, no la simple
1 Laimaginación ni la mitología; y así, merecen ser contados en el número de los filósofos,
y como los primeros filósofos de Europa.
2. Pero aunque los primeros cosmólogos estuvieran inspirados por la idea de la unidad
cósmica, se hallaban ante el hecho de lo múltiple, de la diversidad, y no podían menos
de intentar la conciliación teórica entre esta evidente pluralidad y la supuesta
unidad. Dicho de otro modo: tenían que dar cuenta y razón del mundo tal como lo
conocemos. Mientras Anaxímenes, por ejemplo, recurrió al principio de la
condensación y la rarefacción, Parménides, en el empeño de su gran teoría de que el
Ser es Uno e inmutable, negó en redondo las realidades del cambio y de la
multiplicidad, considerándolas como ilusiones de los sentidos. Empédocles postuló
cuatro elementos últimos, a partir de los cuales se compondrían todas las cosas en
virtud de la acción del Amor y la Discordia, y Anaxágoras sostuvo el carácter
definitivo de la teoría atómica y explicó cuantitativamente las diferencias
cualitativas, haciendo con ello justicia a la pluralidad, a lo múltiple, a la vez que
tendía a apartarse de la primitiva visión de la unidad, pese al hecho de que cada
átomo represente al Uno de Parménides.
Cabe decir, pues, que los presocráticos se debatieron con el problema de lo uno y lo
múltiple y no lograron resolverlo. La filosofía heraclitiana contiene, por cierto, la
profunda noción de la unidad en la diversidad, pero está impedida por la exagerada
afirmación del devenir y por las dificultades que comporta la doctrina del Fuego. En
resumidas cuentas, los presocráticos fracasaron en su intento de resolver el problema,
y éste fue planteado de nuevo por Platón y Aristóteles, quienes concentraron sobre él
su superior talento y genio.

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