domingo, 20 de octubre de 2013

LOS NEOPITAGÓRICOS

La antigua escuela pitagórica parece ser que se extinguió en el s. 4 a. J. C.: si
continuó de hecho, no tenemos pruebas de que su existencia fuese vigorosa y eficiente.
Pero en el s. I a. J. C. la Escuela resucitó, en la forma que se conoce por el nombre de
«neopitagorismo». Unían a la nueva escuela con la antigua no sólo la veneración al
fundador, sino también cierto interés por las investigaciones científicas y, sobre todo,
el cariz religioso. Mantuviéronse muchas cosas del pitagorismo antiguo: los
neopitagóricos se adhirieron, naturalmente, a la doctrina del dualismo alma-cuerpo —
rasgo muy pronunciado, según vimos, de la filosofía platónica— y añadieron a ésta
elementos místicos, que respondían a la demanda contemporánea de una religión más
pura y personal. Pretendíase llegar a la intuición directa y reveladora de la Divinidad,
hasta el punto de que el filósofo es descrito a menudo como profeta y obrador de
prodigios, p. ej., Apolonio de Tiana1. Con todo, la nueva escuela distaba mucho de ser
simple repetición del primer sistema pitagórico, pues seguía la tendencia
predominante hacia el eclecticismo, y hallamos así a los neopitagóricos orientándose,
en concreto, hacia las filosofías platónica, aristotélica y estoica. Tales elementos
tomados en préstamo no los fundieron en una síntesis común a todos los miembros de
la escuela, pues cada uno de ellos se hacía la síntesis a su modo: en la de uno
predominaban los temas estoicos, en la de otro los de origen platónico, etc. Sin
embargo, el neopitagorismo tiene bastante importancia histórica, no solamente por su
íntima relación con la vida religiosa de aquel entonces (al parecer se originó en
Alejandría, encrucijada de la filosofía helenística, la ciencia especializada y las
religiones orientales), sino además porque es una etapa en el camino hacia el
neoplatonismo. Así, Numenio enseñó la doctrina de la jerarquía divina —diciendo que
el dios primero, el πρῶτος θεός era el οὐσίας ἀρχήo πατήρ, el dios segundo el
Demiurgo y el dios tercero el mundo, τὸ ποίημα
Sexto Empírico nos habla de que en el seno del neopitagorismo había varias
tendencias. En una de sus modalidades se hacía derivar todo de la mónada o del
punto (ἐξ ἑνὸς σημείου). El punto engendra la línea al desplazarse, de las líneas se
originan las superficies y de éstas los cuerpos de tres dimensiones. Tenemos aquí un
sistema monista, influido evidentemente por viejas concepciones matemáticas. En
otra forma del neopitagorismo, aunque todo derive a fin de cuentas del punto o μονάς,
se insiste principalmente en el dualismo de la μονάς y la ἀόριστος δυάς.2 Nada tienen
de muy original estas formas de neopitagorismo, pero en ellas aparece la
«emanación», que habría de desempeñar importantísimo papel en el neoplatonismo.
Uno de los motivos que contribuyeron sin duda a la formación de la teoría
neoplatónica de la emanación y a la tesis de que existen seres intermedios entre el
mundo corpóreo y el Dios Supremo fue el deseo de mantener libre de todo contacto con
las cosas sensibles la pureza de la Divinidad. Se hace resaltar mucho la absoluta
trascendencia de Dios, su posición «por encima de cualquier ser». Ahora bien, este
tema de la trascendencia de Dios es ya discernible en el neopitagorismo. Puede que le
influyesen para ello la filosofía judeo-alejandrina y la tradición oriental, aunque los
gérmenes de la doctrina se hallan ya implícitos en el pensamiento mismo de Platón.
El célebre taumaturgo Apolonio de Tiana (que «floreció» a fines del s. 1 d. J. C. y cuya
«vida» fue escrita por Filóstrato) distinguía entre el Primer Dios y los demás dioses: a
Aquél los hombres no debían ofrecerle sacrificios materiales, puesto que todo lo
material está manchado, es impuro. A los otros dioses sí que se les han de ofrecer
sacrificios, pero no al Primero, al que únicamente hay que ofrecerle el acatamiento de
nuestra razón, sin discursos ni ofrendas externas.
Figura interesante es la de Nicómaco de Gerasa (en la Arabia), que vivió hacia los
años 140 d. J. C. y fue autor de una ἀριθμητικὴεἰσαγωγή. En su sistema las Ideas
existían desde antes de la formación del mundo (Platón), y eran números (Platón
nuevamente). Pero tales Ideas-Números no existían en un mundo trascendente propio
de ellas: eran, más bien, Ideas de la Mente divina y, por tanto, modelos o arquetipos
según los cuales se habían formado las cosas de este mundo (cfr. Filón el Judío, el
platonismo medio y el neoplatonismo). La transposición de las Ideas al Entendimiento
divino fue, pues, anterior a la aurora del neoplatonismo, del cual pasó luego a la
tradición cristiana.
Una transposición semejante se observa en la filosofía de Numenio de Apamea (en
Siria), que vivió en la segunda mitad del s. 2 d. J. C. y parece que conoció bien la
filosofía de los judíos alejandrinos. Según Clemente, hablaba de Platón como del
Μωὕσῆς ἀττικίζων [«Moisés ático»].3 En su filosofía, el πρῶτοςθεόςes el Principio del
ser (οῦσίας ἀρχή) y el βασιλεύς.4 Es también la actividad del Pensamiento Puro
(vous), y no tiene participación directa en la formación del mundo. Además, es el Bien.
Numenio parece identificar, pues, la Forma platónica del Bien con el Dios aristotélico
o νόησις νοήσεως. El segundo dios es el Demiurgo (Timeo), que es bueno porque
participa del ser del Dios Primero y que, como γενέσεως ἀρχή, construye el mundo.
Lo hace labrando la materia y modelándola según el patrón de las Ideas arquetípicas.
El mundo mismo, producción del Demiurgo, es el tercer dios. Estos tres dioses los
caracteriza también Numenio como πατήρ, ποιητής y ποίημαrespectivamente, o como
πάππος, ἔγγονοςy ἀπόγονος.5
El dualismo resalta mucho en la psicología de Numenio, pues postula éste en el
hombre dos almas, una racional y otra irracional, y declara que la introducción del
alma en el cuerpo es algo malo, es una «caída». Parece, que enseñó también que
existen un alma del mundo buena y otra mala.6
La filosofía de Numenio era, por tanto, un eclecticismo o ensayo de armonización de
elementos tomados de pensadores precedentes, una filosofía que recalcaba bastante la
trascendencia divina y, en general, mantenía una neta antítesis entre «lo superior» y
«lo inferior», tanto en todo el conjunto de la realidad como en la naturaleza humana
en particular.
Relaciónanse con el neopitagorismo la llamada literatura hermética y los Oráculos
caldeos o caldaicos. Aquél es el nombre dado a un tipo de escritos «místicos» que se
produjeron en el s. 1 d. J. C. y que deben quizá muchas cosas a antiguas obras
egipcias. Los griegos identificaron a Hermes con el dios egipcio Toth, y el apelativo de
«Hermes Trismegisto» proviene del egipcio «Gran Toth». Pero, sea cual fuere en
realidad de verdad la supuesta influencia de la tradición egipcia en la literatura
hermética, lo cierto es que ésta debe lo principal de su contenido a la filosofía griega
anterior, y parece que sobre todo a Posidonio. La noción básica de toda esta literatura
es la de la salvación por el conocimiento de Dios —γνῶσις—, noción que sería la clave
del «gnosticismo». Una doctrina soteriológica similar constituía el contenido de los
Oráculos caldaicos, poema compuesto hacia el año 200 después de J. C. y que, lo
mismo que la literatura hermética, combina elementos órfico-pitagóricos, platónicos y
estoicos.
Por su estrecha relación con los intereses y las necesidades religiosas de la época, así
como por su labor preparatoria para el neoplatonismo, el pensamiento neopitagórico
se asemeja al del platonismo medio, al cual debemos volver ahora nuestra atención

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