viernes, 18 de octubre de 2013

EMPÉDOCLES DE AGRIGENTO

Empédocles era ciudadano de Acragas o Agrigento, en Sicilia. No pueden fijarse con
exactitud las fechas de su vida, pero, al parecer, visitó la ciudad de Turios poco
después de su fundación en 444-443 a. J. C. Tomó parte en la vida política de su
ciudad natal y se decía que fue allí el dirigente del partido demócrata. Más tarde
circularon historias a propósito de las actividades de Empédocles como mago y
taumaturgo, y hay un relato según el cual le expulsaron de la orden pitagórica por sus
«discursos sediciosos»1. Aparte sus actividades como hacedor de maravillas,
Empédocles contribuyó al progreso de la auténtica medicina. Sobre la muerte de este
filósofo corrieron diversas fábulas fantásticas, la más conocida de las cuales es la de
que se arrojó al cráter del Etna para hacer creer a las gentes que había sido
arrebatado al cielo y para que se le tomase por un dios. Desgraciadamente para él,
una de sus sandalias quedó al borde del volcán, y como tenía por costumbre usar
suelas de bronce, fue pronto reconocida2. Sin embargo, Diógenes Laercio, que es quien
nos ha transmitido esta leyenda, nos informa también de que «Timeo contradice todas
estas historias, afirmando expresamente que Empédocles partió para el Peloponesio y
no volvió más, de manera que no se sabe cómo murió»3. Empédocles, igual que
Parménides y a diferencia de los demás filósofos griegos, expresó sus ideas filosóficas
en escritos poéticos, de los que han llegado hasta nosotros fragmentos de diversa
longitud.
Lo que hace Empédocles no es tanto crear una nueva filosofía como tratar de
consolidar y conciliar el pensamiento de sus predecesores. Parménides había
sostenido que el Ente es, y que es material. Empédocles hizo suya no sólo esta tesis,
sino también el pensamiento básico de Parménides, según el cual el Ser no puede
nacer ni destruirse, puesto que el Ser no puede surgir del no-ser, como tampoco puede
desaparecer el no-ser. Por consiguiente, la materia no tiene ni comienzo ni fin: es
indestructible. «¡Necios! —que no son por cierto de gran alcance sus mentes—, pues
esperan confiados que se engendre lo que antes no era o que algo se extinga y perezca
del todo. Porque es imposible que algo surja de lo que de ningún modo es, e inaudito
que lo que es perezca, pues será siempre, donde quiera que se le ponga y guarde.»4 Y
también: «Ni en el Todo hay vacío alguno, ni hay algo demasiado lleno», y «En el Todo
no hay vacío. ¿De dónde podría, pues, venir algo que lo aumentase?»5
Hasta aquí, por tanto, Empédocles está de acuerdo con Parménides. Pero, por otra
parte, el cambio es un hecho que no se puede negar, y la negación del cambio por
ilusorio sería imposible mantenerla durante mucho tiempo. Faltaba, pues, encontrar
una manera de conciliar la existencia del cambio y del movimiento con el principio
parmenídeo de que el Ser—que, recordémoslo, según el eléata es material— no puede
ni empezar a ser ni desaparecer. Empédocles trata de conseguir esta conciliación
mediante el principio de que los objetos, en cuanto «todos», comienzan a ser y dejan de
ser —como nos lo muestra la experiencia—, pero están compuestos de partículas
materiales que son en sí mismas indestructibles. Hay «tan sólo una mezcla y un ir
cambiando esa mezcla. La sustancia (φύσις) es solamente un nombre que los hombres
han dado a estas cosas»6.
Ahora bien, aunque Tales creyese que todas las cosas son en el fondo agua, y
Anaxímenes aire, creían ambos que una clase de materia puede convertirse en otra
clase de materia, al menos en el sentido de que, por ejemplo, el agua se convierte en
tierra y el aire en fuego. Empédocles, por el contrario, interpretando, a su manera, el
principio de Parménides sobre la inmutabilidad del Ser, sostiene que la materia de
una clase no puede convertirse en materia de otra clase, sino que existen unas
especies fundamentales y eternas de materia o «elementos»: la tierra, el aire, el fuego
y el agua. La familiar clasificación de los cuatro elementos fue, pues, inventada por
Empédocles aunque él habla de ellos, no como de elementos, sino como de «las raíces
de todo»7. La tierra no puede convertirse en agua, ni el agua en tierra: las cuatro
especies de materia constan de partículas inmutables y últimas, que, mezclándose
unas con otras, forman los objetos concretos del mundo. Así, los objetos se originan de
la mezcla de los elementos, y dejan de ser cuando estos elementos se separan; pero los
elementos mismos ni comienzan a ser ni perecen, sino que permanecen siempre
inmutables. Por lo tanto, Empédocles acertó a ver la única manera posible de conciliar
la posición materialista de Parménides con el hecho evidente del cambio, a saber:
postular una multiplicidad de partículas materiales últimas. Por ello, merece que se
le llame mediador entre el sistema parmenídeo y la evidencia sensible

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