domingo, 20 de octubre de 2013

LA ESCUELA CIRENAICA

Aristipo de Cirene, el fundador de la escuela cirenaica, había nacido hacia 435 a. J. C.
Desde el 416 estuvo en Atenas, desde el 399 en Egina, desde el 389-388, con Platón,
en la corte de Dionisio el Viejo, y a partir de 356 nuevamente en Atenas. Pero estas
fechas y este orden de acontecimientos son, por lo menos, discutibles.17 Hasta se ha
sugerido que Aristipo no fundó nunca la «escuela» cirenaica, sino que se le confundió
con otro Aristipo posterior, nieto suyo. Mas, a la vista de las afirmaciones de Diógenes
Laercio, Soción y Panecio (cfr. D. L., 2, 84 y sig.), no parece posible en modo alguno
aceptar la afirmación de Sosícrates y otros (D. L.) según la cual Aristipo no habría
escrito nada; y el pasaje de la Praeparatio Evangelica (14, 18, 31) de Eusebio se puede
explicar sin tener que suponer que Aristipo no sentara nunca las bases de la filosofía
cirenaica.
En Cirene parece que Aristipo tuvo conocimiento de las doctrinas de Protágoras, y
luego, en Atenas, se relacionó con Sócrates. Aquel sofista tal vez sea en gran parte el
responsable de la tesis de Aristipo según la cual sólo nuestras sensaciones nos
proporcionan conocimientos ciertos18: de lo que sean las cosas en sí mismas no pueden
darnos ninguna información segura, como tampoco sobre las sensaciones de los
demás. Las sensaciones subjetivas han de ser, pues, la base de la conducta práctica.
Pero si la norma de mi conducta práctica la constituyen mis sensaciones individuales,
síguese entonces evidentemente —pensaba Aristipo— que la finalidad del
comportamiento es obtener sensaciones agradables.
Aristipo enseñaba que la sensación consiste en el movimiento: si éste es suave, la
sensación es agradable; si brusco, la sensación es penosa; cuando el movimiento es
imperceptible o cuando no se da movimiento alguno, no hay placer ni dolor. El
movimiento brusco no puede ser el fin ético. Éste no puede consistir tampoco en la
mera ausencia de placer o de dolor, o sea, no puede ser un fin puramente negativo.
Por consiguiente, el fin ético ha de ser el placer, un fin positivo19. Sócrates había
enseñado, ciertamente, que la virtud es el único camino para la felicidad, pero no
decía que la finalidad de la vida fuese el placer. Lo que hace Aristipo es atenerse a
uno de los aspectos de la doctrina socrática, sin tener en cuenta los otros. Así pues,
según Aristipo, el placer es la finalidad de la vida. Pero, ¿qué clase de placer? Más
tarde, para Epicuro, consistía este placer en la ausencia de dolor, con lo que la
finalidad de la vida sería algo negativo; pero, para Aristipo, se trataba de un placer
positivo y presente. Por aquí vinieron los cirenaicos a valorar el placer del cuerpo más
que el placer intelectual, por ser el corpóreo más intenso y poderoso. Y de su teoría del
conocimiento no podía menos de seguirse sino que la cualidad del placer no contasepara nada. Las consecuencias de tal principio habrían debido llevar obviamente a
excesos sensuales; pero, de hecho, los cirenaicos, adoptando sin duda los elementos
hedonistas de la doctrina de Sócrates, declararon que el sabio ha de tener en cuenta el
futuro al elegir el placer. Por lo tanto, evitará los excesos y desmesuras que le
llevarían a la postre a sufrir, y evitará también los abusos que pudieran provocar el
castigo por parte del Estado o la condena judicial. El sabio necesita, pues, ejercitar su
razón a fin de capacitarse para valorar los diferentes placeres de la vida. Además,
conservará en medio de sus goces cierto grado de independencia. Si se deja esclavizar
por los placeres, entonces, en la proporción en que así se abandone, no estará ya
gozando del placer, sino sumido más bien en el dolor. Por lo le más, el sabio limitará
sus deseos para preservarse el disfrute y el contento. De aquí la frase atribuida a
Aristipo: ἔχω (Λαῒδα), καίοὐκ ἔχομαιἐπείτόκρατεῖνκαίμή ἡττᾶσθαιἡδονῶν
ἄριστον, ούμήχρῆσθαι.20
Esta contradicción de la doctrina de Aristipo, entre el principio en pro del placer de
cada momento y el principio de su discriminación racional, llevó a que sus discípulos
se dividieran, insistiendo unos en un aspecto y otros en el otro. Así, Teodoro el Ateo
declaraba, por su parte, que el juicio y la justicia son bienes (la justicia solamente por
las ventajas externas que reporta la vida justa), y que las satisfacciones individuales
son indiferentes, consistiendo la verdadera felicidad, el placer auténtico, en el goce del
espíritu; pero afirmaba también que el sabio no dará su vida por su patria y que
puede cometer hurtos, adulterios, etcétera, si se le presenta la ocasión. Negaba
además la existencia le cualquier dios21. Hegesias pedía también la indiferencia
respecto a las satisfacciones individuales, pero estaba tan convencido de las miserias
de la vida y de que es imposible alcanzar la felicidad, que insistía en un concepto
negativo de la finalidad de la vida, a saber, la ausencia de dolores y tristezas22.
Cicerón y otros autores nos dicen que las lecciones dadas por Hegesias en Alejandría
fueron causa de tantos suicidios entre sus oyentes que Tolomeo Lagos hubo de
prohibir su continuación23.

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