domingo, 20 de octubre de 2013

LOS CÍNICOS, LOS ECLÉCTICOS Y LOS ESCÉPTICOS

1. Los cínicos. — La corrupción moral suscitó bastante naturalmente en el Imperio
Romano un renacer del cinismo, y la ficción de cartas atribuidas a los cínicos antiguos
parece que fue una deliberada contribución a tal renacimiento. Tenemos así 51 cartas
que llevan el nombre de Diógenes y 36 que figuran como escritas por Crates.
Los estoicos romanos del tipo de Séneca se dirigían sobre todo a los miembros de las
clases sociales más altas, a hombres que pertenecían al círculo relacionado de
ordinario con la Corte, a hombres, principalmente, que tenían alguna aspiración a la
virtud y a la tranquilidad del alma pero estaban al mismo tiempo descarriados por la
vida de lujo y de afán de placeres que llevaba la aristocracia; sentían éstos los tirones
de la carne y los atractivos del pecado, pero estaban también cansados de dejarse
arrastrar y dispuestos a cogerse con fuerza la mano salvadora que se les pudiese tal
vez echar. Ahora bien, además de la aristocracia y de las gentes ricas, había las
masas populares, que habían podido beneficiarse hasta cierto punto de los ideales
humanitarios propagados entre sus amos y señores por los estoicos, pero a quienes no
se dirigían directamente los discursos de hombres como Séneca. Para salir al paso a
las necesidades espirituales y morales de las masas surgió un tipo diferente de
«apóstol»: el predicador o misionero cínico. Estos predicadores cínicos llevaban una
vida itinerante, eran pobres y sumamente austeros, y querían lograr la «conversión»
de las multitudes que acudían a oírles —como cuando el célebre Apolonio de Tiana
(que pertenece más bien a la historia del neopitagorismo), místico y taumaturgo de
extensa fama, predicaba el fomento del espíritu público a los habitantes de Esmirna,
que estaban divididos en facciones rivales, o sermoneaba sobre la virtud a la
muchedumbre reunida en Olimpia para asistir a los juegos y a las carreras—.1 Tal era
el caso también de Musonio (quien, a pesar de su afinidad con el cinismo, pertenecía
de hecho a la escuela estoica y fue el maestro de Epicteto): arengaba a las tropas de
Vespasiano y de Vitelio ponderando los beneficios de la paz y los horrores de la guerra
civil aun con riesgo de su propia vida2, o denunciaba la impiedad y exigía la virtud
tanto a los hombres como a las mujeres. Fueron a menudo hombres de indomable
valor, como se ve por el caso de Musonio de que acabamos de hablar, o por aquel
desafío de Demetrio a Nerón: «Tú me amenazas a mí de muerte, pero la naturaleza te
está amenazando a ti.»3 Demetrio, alabado por Séneca en sus escritos, consoló a
Trásea, cuando éste estaba para morir, con sus discursos sobre el alma y su destino.4
Luciano critica despiadadamente a los predicadores cínicos ensañándose en especial
contra sus malos modales, su incultura, su grosería y mal gusto, sus vulgaridades e
indecencias. Luciano era adverso a todo entusiasmo, y el fervor religioso y la
exaltación mística le repugnaban hasta tal punto que, con frecuencia, por su falta de
simpatía y de comprensión, es injusto con los cínicos; pero téngase presente que no
era él el único en criticarlos, pues Marcial, Petronio, Séneca, Epicteto, Dión
Crisóstomo y otros autores condenan unánimemente sus abusos, por lo que hay que
admitir sin ningún género de duda que semejantes abusos eran reales. Algunos de los
cínicos fueron ciertamente impostores y farsantes que exponían al desprecio público el
nombre de la filosofía, según lo afirma Dión Crisóstomo sin reservas5.5 Otros daban
claras muestras de un egoísmo y de una falta de buen gusto y de respeto a su
dignidad que resultaban verdaderamente repugnantes, como cuando aquel mismo
Demetrio que había apostrofado a Nerón se empeñó en insultar también al emperador
Vespasiano, que no era ningún Nerón, o cuando Peregrino atacó al emperador
Antonino Pío6. (Vespasiano no hizo el menor caso de Demetrio, y a Peregrino lo único
que le ocurrió fue que el prefecto le mandó alejarse de la Ciudad. El cínico que insultó
públicamente a Tito, en pleno teatro, por sus relaciones con Berenice, fue azotado,
mientras que Heros, que repitió la hazaña, fue decapitado.)7 Luciano tiende a
interpretar la conducta de los cínicos peyorativamente. Así, cuando Peregrino —
llamado Proteo—, que se había hecho cristiano en Palestina pero muy pronto había
vuelto a las filas de los cínicos, se hizo después quemar vivo en Olimpia para dar un
ejemplo de desprecio a la muerte e imitar a Herakles, patrono de los cínicos, y para
unirse con el elemento divino, Luciano afirma que a todo ello le movió tan sólo el
ansia de notoriedad (κενοδοξία)8. Desde luego que el motivo de la vanagloria pudo
entrar en juego, pero no parece admisible que fuera el único que movió a Peregrino a
querer sufrir tan atroz muerte.
Sin embargo, a pesar de las extravagancias y de los impostores y farsantes, no se ha
de condenar del todo al cinismo. Démonax (c. 50-150 d. J. C.) fue honrado por todos en
Atenas a causa de su bondad9, y cuando los atenienses propusieron instituir en la
ciudad espectáculos de gladiadores, el filósofo les dijo que comenzaran por demoler el
altar de la Piedad. Aunque simple y frugal en todas sus costumbres, parece que evitó
la ostentación de tales virtudes. Llevado ante los tribunales de Atenas bajo acusación
de impiedad, porque se negaba a ofrecer sacrificios y a hacerse iniciar en los misterios
de Eleusis, respondió que Dios no tiene ninguna necesidad de sacrificios, y en cuanto
a los misterios, que si contuvieran alguna revelación de buenas nuevas para el
hombre, él tendría a bien publicarlo, pero que si carecían de todo valor se sentiría
obligado a prevenir al pueblo contra ellos.10
Enomao de Gadara desechó las fábulas antropomórficas del paganismo concernientes
a los dioses y combatió con energía contra el renacer de las creencias en la adivinación
y en los oráculos. Los oráculos, decía, son pura añagaza, mientras que el hombre
cuenta en todo caso con su voluntad libre y él sólo es responsable de sus acciones.
Juliano el Apóstata, acérrimo defensor del paganismo, se encendía en indignación con
sólo recordar a un hombre como Enomao, que había osado atacar a los oráculos
paganos.11
Predicador célebre y honorable fue Dión Crisóstomo, que nació hacia el año 40 d. J. C.
y vivió, ciertamente, hasta bastante avanzado el reinado de Trajano.
Pertenecía a una aristocrática familia de Prusa (Bitinia) y fue al principio retórico y
sofista. Condenado al destierro, hubo de salir de Bitinia y de Italia (82 d. J. C., en
tiempos de Domiciano) y llevó una vida errante y de mendigo. Por entonces
experimentó una especie de «conversión» y se hizo predicador a la manera de los
cínicos itinerantes, dirigiendo sus discursos a las multitudes de menesterosos que
poblaban el Imperio. Dión conservó, no obstante, sus maneras retóricas, y gustaba de
revestir las verdades morales que exponía en sus disertaciones de formas elegantes y
atractivas; aunque fiel en esto a la tradición de los rétores, insistía en sus prédicas
sobre la obligación de vivir conforme a la voluntad divina, sobre el ideal moral, la
práctica de la verdadera virtud y lo insuficiente de la civilización meramente
material. En el Εὐβοικόςdescribe la vida del campesino pobre pintándola como más
natural, libre y dichosa que la de los ricos habitantes de las ciudades, pero se ocupa
también de estudiar cómo los pobres que viven en las urbes pueden vivir sus vidas de
un modo más satisfactorio sin andar suspirando por el lujo y sin empedernirse en lo
que es peligroso para el alma o para el cuerpo. Amonesta a los ciudadanos de Tarso
advirtiéndoles que tienen un falso sentido de los valores: la felicidad no ha de
buscarse en poseer imponentes inmuebles, riquezas y una vida muelle y delicada, sino
en la templanza, la justicia y la verdadera piedad. Las grandes civilizaciones
materialistas del pasado, como por ejemplo la de Asiria, sucumbieron, así como el
inmenso imperio de Alejandro desapareció también y ahora Pella es sólo un montón
de ruinas12. Exhorta al pueblo de Alejandría a que deje sus vicios y su ansia de
sensaciones, echándole en cara su falta de dignidad y lo vulgar de sus intereses.13
Las preocupaciones sociales de Dión le condujeron al estoicismo, y utilizó en efecto las
doctrinas estoicas de la armonía universal y del cosmopolitismo. Igual que Dios reina
sobre el mundo, debería reinar el monarca en el Estado, y así como el mundo es una
armonía de muchos fenómenos, igualmente los Estados individuales deberían
conservarse de tal manera que viviesen en armónica paz y, por ende, en libres
relaciones recíprocas. Junto a la influencia del estoicismo, parece que Dión recibió la
de Posidonio, del que toma la división de la teología en tres clases: la de los filósofos,
la de los poetas y la del culto oficial o estatal. Después del período de su destierro bajo
Domiciano, alcanzó el favor de Trajano, quien tenía por costumbre invitar al filósofo a
su mesa y a que ocupase un sitio en su carroza, aunque aseguraba no entender ni una
palabra de la retórica de Dión: «τὶμὲν λέγεις, οὐκ οἶδα. Φιλῶ δέ σε ὡς ἐμαυτόν».14
Ante la corte de Trajano pronunció Dión varios de sus discursos, en los que hacía un
contraste entre el monarca ideal y el tirano. El verdadero monarca es el pastor de su
pueblo y ha sido puesto por Dios para el bien de sus súbditos. Ha de ser un hombre
auténticamente religioso15 y virtuoso, padre de su pueblo, trabajador infatigable y
enemigo de las lisonjas.

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