viernes, 18 de octubre de 2013

EL UNO DE PARMÉNIDES Y DE MELISO

El supuesto fundador de la escuela eleática fue Jenófanes. Sin embargo, como no hay
verdadera certeza de que hubiese estado nunca en Elea, al sur de Italia, no se le debe
tener más que por un fundador tutelar o patrono de aquella escuela. Es fácil
comprender por qué fue adoptado como tal entre quienes tan fuertemente se
aferraron a la noción del Uno inmóvil, si consideramos algunas de las sentencias que
se le atribuyen. Jenófanes combate el antropomorfismo de las divinidades griegas: «Si
los bueyes, los caballos y los leones tuvieran manos, y con ellas pudiesen pintar y
hacer figuras como los hombres, entonces los caballos dibujarían imágenes de los
dioses semejantes a caballos, y los bueyes semejantes a bueyes, y formarían cuerpos
parecidos a los que tienen cada uno de ellos.»1 Y en su lugar afirma a «un solo Dios,
mucho más grande que los dioses y que los hombres, no similar a los mortales ni en el
cuerpo ni en el pensamiento», que «permanece siempre en el mismo sitio, sin moverse
para nada, pues tampoco conviene con Él el andarse moviendo de un lado a otro»2.
Aristóteles nos dice, en su Metafísica, que Jenófanes, «refiriéndose al mundo entero,
sostuvo que el Uno era Dios»3. Lo más probable es, pues, que Jenófanes fuese monista
y no monoteísta, y esta interpretación de su «teología», ciertamente se compadecería
más con la actitud de los e eleatas hacia él que no una interpretación teísta. Una
teología genuinamente monoteísta podrá sernos a nosotros bastante familiar, pero en
la Grecia de aquel entonces habría sido algo de excepción.
Con todo, opinara lo que opinase Jenófanes, el auténtico fundador de la escuela
eleática desde un punto de vista histórico y filosófico fue, sin duda, Parménides,
ciudadano de Elea. Había nacido, al parecer, a finales del siglo 6 a. J. C., puesto que
hacia los años 451-449, cuando tenía ya unos 65 años, conversó en Atenas con el joven
Sócrates. Dícese que redactó leyes para su ciudad natal, y Diógenes se vale de un
juicio de Soción para afirmar que Parménides fue primero pitagórico, pero después
abandonó aquella filosofía y sustentó la suya propia4.
Parménides escribió en verso, y la mayoría de los fragmentos que de su obra
poseemos fueron conservados por Simplicio en su comentario. Resumida, su doctrina
quiere decir que el Ser, el Uno, es, y el devenir, el cambio, no pasa de mera ilusión.
Porque si algo empieza a ser, una de dos: o procede del Ser, o procede del No-Ser. Si
viene del primero, entonces ya es... y, en tal caso, no comienza entonces a ser; si viene
de lo segundo, no es nada, puesto que de la nada no puede salir nada. El devenir es,
por consiguiente, ilusorio. El Ser es simplemente, y es Uno, ya que la pluralidad
|también es ilusoria. Ahora bien, esta doctrina no es el tipo de teoría que se le ocurre
en seguida a cualquier hombre de la calle, por lo que no ha de sorprender la
insistencia con que recalca Parménides la radical distinción que hay entre el camino
de la verdad y el camino de la creencia o de la opinión. Es muy probable que el camino
de la opinión, expuesto en la segunda parte del poema, representase la cosmología de
los pitagóricos; y como la filosofía pitagórica difícilmente se le ocurriría al hombre que
se deja guiar sin más por el conocimiento sensible, no cabe sostener que la distinción
de Parménides entre los dos caminos tenga toda la generalidad formal de la distinción
hecha ulteriormente por Platón entre la ciencia y la opinión, entre el pensamiento y la
sensación. Trátase más bien del rechazo de una filosofía determinada para defender
otra filosofía determinada. No obstante, es cierto que Parménides rechaza la filosofía
pitagórica —y, de hecho, cualquier filosofía que concuerde con ella sobre este punto—
por haber admitido los pitagóricos el cambio y el movimiento. Mas, el cambio y el
movimiento son, con toda certeza, fenómenos que aparecen a los sentidos, de modo
que, al rechazar el cambio y el movimiento, Parménides cierra el camino de las
apariencias sensibles. Por lo tanto, no es inexacto decir que Parménides introduce la
fundamental distinción entre la razón y la sensación, entre la verdad y la apariencia.
Por descontado que también Tales reconocía ya hasta cierto punto esta distinción,
pues su hipotética verdad de que todo es agua no es inmediatamente perceptible por
los sentidos, ni mucho menos: precisa, para ser concebida, del ejercicio de la razón,
que va más allá de lo aparencial. Asimismo, la «verdad» céntrica de Heráclito es una
verdad de razón y excede con mucho el alcance de la opinión común de los hombres,
que para todo confía en las apariencias sensibles. También es verdad que Heráclito
llega, inclusive, a hacer explícita en parte esta distinción, porque ¿no distingue acaso
entre el mero sentido común y su «mensaje»? Sin embargo, es Parménides quien
primero insiste en tal distinción y la pone de relieve, y no es difícil comprender por
qué lo hace, si examinamos las conclusiones a que había llegado. En la filosofía
platónica vino a ser de capital importancia esta distinción, igual que tiene que serlo
en todas las formas del idealismo.

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