domingo, 20 de octubre de 2013

EL ARTE

1. ¿Apreciaba Platón la belleza natural? No abundan los datos que permitan formar
una opinión sobre este punto. Aunque al comienzo del Fedro1 se describe un escenario
natural, y al comienzo de las Leyes2 se hacen algunas observaciones similares, sin
embargo, en ambos casos la belleza del paraje es considerada más bien desde un
punto de vista utilitario: como buen sitio para descansar o como marco apropiado para
una discusión filosófica. Lo que sí está más claro es que Platón apreciaba la belleza
humana.
2. Y las bellas artes, ¿las apreciaba Platón realmente? (Esta cuestión surge ante el
dato de que, por motivos morales, excluyó del Estado ideal a los dramaturgos y a los
poetas épicos: ¿implicaría tal actitud la carencia de un auténtico sentido literario y
artístico?)
Si Platón echó de su República a la mayor parte de los poetas, fue por consideraciones
metafísicas y, sobre todo, morales; mas, ciertamente, no faltan indicios de que era
muy sensible a los encantos de sus composiciones. Mientras que las palabras iniciales
de República 398 no parece que sean del todo sarcásticas, en 383 del mismo diálogo
afirma Sócrates que «aunque alabamos muchas cosas de Homero, no alabaremos el
que Zeus enviase a Agamenón un sueño mendaz». Parecidamente, Platón le hace
decir a Sócrates: «Debo hablar, por más que la afición y la reverencia a Homero, que
desde mi juventud me han dominado, me retraigan de hacerlo. Él es, sin duda, el
supremo maestro y director de este bello coro trágico, pero a un hombre no se le ha de
reverenciar más que a la verdad, por lo que yo debo hablar necesariamente.»3 Y
también: «Estamos dispuestos a reconocer que Homero es el mayor de los poetas y el
primero de los trágicos; pero debemos decir que los himnos a los dioses y las
alabanzas del bien son la única poesía que ha de admitirse en nuestro Estado.»4
Platón declara expresamente que sólo con que la poesía y las demás artes mostrasen
títulos bastantes para ser admitidas en un Estado bien ordenado, «nos encantaría
recibirlas, sabiendo como sabemos que nosotros mismos somos sensibles a sus
atractivos; mas no por esto debemos traicionar a la verdad»5.
Teniendo presentes estas cosas, parece imposible tratar a Platón de filisteo en lo
tocante a las artes y a la literatura. Y si se insinuara que su tributo de admiración a
los poetas no pasa de ser reticente convencionalismo, cabría apelar a las obras
artísticas del propio Platón. Si él mismo no hubiese mostrado en grado ninguno su
espíritu de artista, podría creerse que sus observaciones sobre los encantos de los
poetas eran tan sólo concesiones a lo admitido o, si no, meros sarcasmos; pero cuando
se considera que quien así habla es el autor del Banquete y del Fedón no puede menos
de tacharse como excesiva la sospecha de que las condenas o las severas restricciones
de Platón con respecto al arte y a la literatura se debiesen a insensibilidad estética.
3. ¿Cuál fue la teoría de Platón sobre la Belleza? Es incuestionable que veía la belleza
como algo objetivamente real. Tanto en el Hipias Mayor como en el Banquete se da
por averiguado que todas las cosas bellas lo son en virtud de su participación en la
Belleza universal, en la Belleza misma. Así, cuando Sócrates puntualiza: «Entonces,
¿también la belleza es algo real?», Hipias corrobora: «Real, ¿a qué preguntarlo?»6
Consecuencia evidente de tal doctrina es la de que se dan grados de belleza. Porque, si
hay una Belleza real, subsistente, entonces las cosas bellas se aproximarán más o
menos a esta norma objetiva. Así, en el Hipias Mayor, se introduce la noción de
relatividad: el simio más hermoso será feo en comparación con un hombre bello, y una
vasija bonita será fea si se la compara con una mujer hermosa, así como esta última
será, a su vez, fea si se la parangona con un dios. La Belleza misma, empero, la
Belleza que por participación hace que las cosas bellas lo sean, no se puede suponer
que consista en algo a lo que «quepa calificar lo mismo de feo que de bello»7: «no es en
parte bella y en parte fea, ni bella unas veces sí y otras no, ni bella relativamente a
unas cosas y fea con respecto a otras, ni bella aquí y fea allá, ni bella para unos y para
otros fea... sino... eternamente autosubsistente y en unicidad de Idea consigo misma»8.
Síguese también que esta Belleza suma, como absoluta y fuente de toda belleza
participada, no puede ser una cosa bella, no puede ser material. Por tanto, si la
verdadera Belleza es suprasensible, ya se entiende que las obras bellas del arte o de
la literatura ocuparán necesariamente —aparte toda otra consideración— un grado
comparativamente bajo en la escala de lo bello, puesto que son materiales, mientras
que la Belleza misma es inmaterial: las cosas bellas son objeto de los sentidos,
mientras que la Belleza absoluta es objeto de la inteligencia (y, a decir verdad, de la
voluntad racional, si tenemos en cuenta la noción platónica del Eros). Ahora bien,
nadie pondrá en tela de juicio la sublimidad de la concepción platónica de ese ir
ascendiendo desde las cosas sensibles hasta la contemplación de la «divina, pura y
monoideica Belleza misma», pero la doctrina de una Belleza suprasensible (a menos
que sea meramente analógica) hace muy difícil llegar a una definición de lo bello que
resulte aplicable a todas sus manifestaciones.
Ofrécese en el Hipias Mayor9 la sugerencia de que «todo lo útil es bello». En tal caso,
la eficiencia se identificará con la belleza: la trirreme eficiente o la institución
eficiente serán bellas en virtud de su eficiencia. Pero, ¿en qué sentido será entonces
concebible la Belleza suma como útil o eficaz? Para que tal teoría resulte consistente
habrá de identificarse a la Belleza en sí con la Utilidad o la Eficiencia absoluta —y
esto es difícilmente aceptable, según se podría conjeturar—. No obstante, Sócrates
introduce una restricción: Si lo bello es lo útil o lo eficiente, ¿se trata de lo que es útil
para un fin bueno, o para uno malo, o para los dos? Él no quiere aceptar la idea de
que lo que es eficaz para un mal fin sea bello, y así ha de deducirse que bello es lo útil
para un fin bueno, o sea, lo verdaderamente provechoso. Mas, si lo bello es lo
provechoso, es decir, lo que produce algún bien, entonces la belleza y la bondad no
pueden ser lo mismo, ya que tampoco la causa y su efecto pueden identificarse. Y
como Sócrates nunca admitirá que lo bello no sea a la vez bueno, indica que quizá lo
bello sea lo que agrada a la vista o al oído, por ejemplo, los hombres hermosos, los
dibujos de bonitos colores, las pinturas y las estatuas bien hechas, las voces y la
música buenas, la poesía y la prosa bien compuestas. Tal definición no se compagina
mucho que digamos con la inmaterialidad de la Belleza suma; pero, además, aparte
completamente de esto, presenta otra dificultad: la de que, lo que proporciona placer
por medio de la vista no puede ser bello simplemente porque se perciba mediante la
visión, ya que, entonces, un sonido bello no sería tal; ni tampoco el sonido bello lo
puede ser precisamente porque agrade al oído, ya que, en tal caso, una estatua bella,
que es vista pero no oída, no sería bella. Por consiguiente, los objetos que provocan el
placer estético de la vista o del oído deben participar de algún carácter común que los
hace bellos y que pertenece a ambos. ¿Cuál es este carácter común? ¿Será acaso el
«placer provechoso», puesto que los placeres visuales y auditivos son «los menos
peligrosos y los mejores de los placeres»? Entonces —dice Sócrates— habremos vuelto
a la anterior posición, a la de que la belleza no puede ser buena y el bien no puede ser
bello.

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