viernes, 18 de octubre de 2013

EL MENSAJE DE HERÁCLITO

Heráclito, noble de la ciudad de Éfeso, «floreció», según Diógenes, por los años de la
69° Olimpíada, es decir, hacia 504-501 a. J. C.; sus fechas no pueden determinarse
con exactitud. En su familia era hereditario el cargo de Basileus, pero Heráclito se lo
cedió a su hermano. Era —colegimos— hombre de temperamento melancólico, que
gustaba de vivir apartado y solitario, y expresó su desprecio hacia la grey del vulgo y
también hacia los personajes eminentes del pretérito. «Los efesios —llegó a decir de
sus propios paisanos— harían bien en ahorcarse todos los que son ya adultos y dejar
la ciudad a los muchachos que aún no tienen bozo; pues expulsaron a Hermodoro, el
mejor de entre ellos, diciendo: "Ninguno de nosotros ha de ser mejor que los demás; si
alguien lo es, [váyase] a otro sitio y con otros."»1 Asimismo, comenta: «En Priene vivió
Bías, hijo de Teutamas, mayor por su importancia que el resto.» (Y afirmaba: «Los
más [son] malos».)2
Heráclito manifiesta su opinión respecto a Homero en esta frase: «Homero merece ser
expulsado de las listas [de los certámenes] y azotado, lo mismo que Arquíloco.»
Parecidamente, observaba: «El aprender muchas cosas no da entendimiento; si lo
diese, se lo habría enseñado a tener a Hesíodo y a Pitágoras, y también a Jenófanes y
a Hecateo.» En lo tocante a Pitágoras, opina que «se dio a practicar investigaciones
científicas más que ningún otro hombre, y habiendo hecho una selección entre las
cosas que había escritas, quiso hacer pasar por sabiduría propia lo que no era sino
erudición y arte de engañar»3.
Muchas de las sentencias de Heráclito son agrias e hirientes, aunque no dejan de
tener, a veces, matices humorísticos. Por ejemplo: «Los médicos que sajan, queman,
pinchan y torturan al enfermo, piden por ello un salario que no se merecen»; «El
hombre es llamado niño por Dios, lo mismo que lo es el niño por el hombre»; «Los
asnos prefieren la paja al oro»; «El carácter del hombre es su hado»4. En cuanto a la
actitud de Heráclito para con la religión, tenía poco respeto a los misterios, y declara,
inclusive, que «los misterios que entre los hombres se practican son misterios
profanos»5. Más aún, su actitud respecto a Dios era, en definitiva, panteística, a pesar
del lenguaje religioso que empleaba.
El estilo de Heráclito parece haber sido un tanto oscuro, lo que en tiempos posteriores
le granjeó el apodo de ό σϰοτεινός. Esta manera de proceder no debió de ser del todo
inintencionada; al menos, entre los fragmentos se hallan sentencias que dicen cosas
así: «La naturaleza gusta de ocultarse»; «El señor cuyo oráculo está en Delfos ni dice
ni esconde nada de lo que quiere significar, sino sólo lo indica por señas». Y, de su
propio mensaje a la humanidad, asegura que: «Los hombres son tan incapaces de
entenderlo cuando lo han oído por primera vez, como antes de haberlo oído siquiera.»6
Burnet hace notar que Píndaro y Esquilo tienen el mismo tono profético, y lo atribuye,
en parte, al contemporáneo renacimiento religioso7.
A Heráclito le conocen muchos por la famosa expresión que se le ha atribuido,
aunque, según parece, no es suya: «Todo fluye: πάνπα ῥεῖ.» Esto, en resumidas
cuentas, es lo que de él sabe mucha gente. Pero tal afirmación no constituye, por así
decirlo, el núcleo de su pensamiento filosófico, aunque sí sea, verdaderamente, un
aspecto importante de su doctrina: ¿Acaso no dijo aquello de que «es imposible
meterse dos veces en el mismo río, pues quienes se meten sumérgense en aguas
siempre distintas»?8 Platón observa, además, que «Heráclito dice en alguna parte que
todo pasa y nada permanece; y, comparando las cosas con la corriente de un río, dice
que no se puede entrar dos veces en el mismo río»9. Y Aristóteles describe la doctrina
de Heráclito como la afirmación de que «Todas las cosas están en movimiento, nada
está fijo»10. En este aspecto, Heráclito es un Pirandello del mundo antiguo,
proclamando que no hay ninguna cosa estable, que nada permanece, dando por
averiguada la irrealidad de lo «real».
Sería, no obstante, un error suponer que Heráclito pretendiese enseñar que el
continuo cambio es la nada, pues esto lo contradice todo el resto de su filosofía11. Ni la
proclamación del cambiar es tampoco el rasgo más importante y significativo de su
pensamiento. Heráclito insiste en su «Palabra» [Logos], o sea, en su especial mensaje
a la humanidad, y no es creíble que se hubiese sentido con derecho a hacerlo así si tal
mensaje se redujera a la obvia verdad de que las cosas cambian incesantemente,
verdad que ya habían considerado los otros filósofos jonios y que apenas parecería
novedosa. No, la contribución original de Heráclito a la filosofía ha de buscarse en
otra parte: consiste en su concepción de la unidad en la diversidad, de la diferencia en
la unidad. Como ya hemos visto, en la filosofía de Anaximandro los opuestos aparecen
invadiéndose unos a otros sus terrenos, sus competencias, y, después, pagando cuando
les llega el turno una multa o compensación por tal acto de injusticia. Anaximandro
considera la guerra de los opuestos como algo desordenado, algo que no debería tener
lugar, algo que mancha la pureza del Uno. Heráclito, en cambio, no adopta este punto
de vista. Para él, la lucha de los contrarios entre sí, lejos de ser una tacha en la
unidad del Uno, le es esencial al ser mismo del Uno. En efecto, el Uno solamente
puede existir en la tensión de los contrarios: esta tensión es esencial para la unidad
del Uno.

3 comentarios:

  1. Interesante aquello de "unidad de la diversidad y diversidad de la unidad"

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  2. Interesante aquello de "unidad de la diversidad y diversidad de la unidad"

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  3. lo sacaste tal cual del libro de Copleston, hasta las sitas en griego.

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