1. Hay que insistir ante todo en la necesidad de considerar todo sistema filosófico en
sus circunstancias y conexiones históricas. De esto ya hemos hablado más arriba y no
requiere mayor explanación: es obvio que sólo comprenderemos adecuadamente la
mentalidad de un filósofo determinado y la raison d'étre de su filosofía si hemos
entendido primero su point départ histórico. Hemos puesto ya el ejemplo de Kant:
únicamente penetraremos el porqué de su teoría del a priori si le vemos en su
situación histórica, enfrentado con la filosofía crítica de Hume, la evidente bancarrota
del racionalismo continental y la indiscutible certeza de las matemáticas y de la física
newtoniana. Asimismo, nos capacitamos para entender mejor la filosofía vitalista de
Henri Bergson si vemos, por ejemplo, sus relaciones con las precedentes teorías del
mecanicismo y del «espiritualismo» francés.
2. Para estudiar con provecho la historia de la filosofía es necesaria también una
cierta «simpatía», casi diríamos una sintonización psicológica con los filósofos. Es de
desear que el historiador conozca un poco siquiera la personalidad del filósofo como
hombre (lo cual, naturalmente, no es posible con respecto a todos los filósofos); ello le
ayudará a sentirse introducido en el sistema de que se trate, a verlo, por decirlo así,
desde dentro, y a percibir todos sus matices y características. Tenemos que procurar
ponernos en la situación del filósofo al que estemos estudiando, repensar con él sus
pensamientos. Esta simpatización o compenetración imaginaria le es más esencial
aún al filósofo escolástico que quiera entender la filosofía moderna. Si un hombre, por
ejemplo, ha sido formado en la fe católica, los sistemas modernos, o al menos alguno
de ellos, fácilmente le parecerán descabelladas monstruosidades indignas de que se
les preste seria atención; pero si consigue, en la medida de sus posibilidades (y sin
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