viernes, 18 de octubre de 2013

LA SOCIEDAD PITAGÓRICA

Es importante caer en la cuenta de que los pitagóricos no fueron sólo un grupo de
discípulos de Pitágoras más o menos independientes y aislados unos de otros: eran los
miembros de una sociedad o comunidad religiosa, fundada por Pitágoras de Samos, en
Crotona, ciudad del sur de Italia, en la segunda mitad del siglo 6 a. J. C. Pitágoras
era natural de Jonia, y los primeros miembros de su escuela hablaron el dialecto
jonio. Tanto los orígenes de la sociedad pitagórica como la vida de su fundador están
envueltos en oscuridades. Jámblico, en su Vida de Pitágoras, le llama «guía y padre
de la filosofía divina», «un dios, un "demonio" (es decir, un ser sobrehumano), u
hombre divino». Pero las vidas de Pitágoras escritas por Jámblico, Porfirio y Diógenes
Laercio, apenas puede decirse que nos proporcionen un testimonio fidedigno, y es
justo, sin duda, calificarlas de novelas1.
La fundación de una escuela no era, probablemente, ninguna novedad en el mundo
griego. Aunque es imposible probarlo de un modo cierto, es muy verosímil que los
primeros filósofos de Mileto tuviesen en torno suyo algo bastante parecido a unas
escuelas. Pero la escuela pitagórica se distinguió de todas las demás por su carácter
ascético y religioso. Hacia el final de la civilización jonia se manifestó un renacimiento
religioso que trató de proporcionar elementos religiosos auténticos, tales como no los
habían aportado ni la mitología olímpica ni la cosmología milesia. Igual que en el
Imperio romano, en su sociedad decadente, que había perdido su prístino vigor y su
lozanía, vemos un doble movimiento, hacia el escepticismo por una parte y hacia las
«religiones mistéricas» por otra, así también, al declinar la civilización jonia, rica y
comercial, hallamos idénticas tendencias. La sociedad pitagórica representa el
espíritu de este renacer religioso, que ella combinó con un espíritu científico muy
marcado, lo cual justifica la inclusión de Pitágoras en una historia de la filosofía. Hay
ciertamente un terreno común entre el orfismo y el pitagorismo, aunque no es fácil, ni
mucho menos, determinar con precisión las relaciones entre ambos, ni el grado de
influencia que las doctrinas órficas pudieran ejercer sobre los pitagóricos. En el
orfismo encontramos, sin duda, una organización comunitaria, en la que los
individuos se vinculan, por medio de la iniciación y la fidelidad, a un género de vida
en común, y hallamos también la doctrina de la transmigración de las almas —
doctrina relevante en las enseñanzas pitagóricas—; por lo tanto, es difícil pensar que
no le hubiesen influido a Pitágoras las creencias y las prácticas órficas, aun cuando a
Pitágoras se le haya de poner en conexión con Delos más bien que con la religión
dionisíaca de Tracia2.
Se ha sostenido la opinión de que las comunidades pitagóricas eran comunidades
políticas, punto de vista que no se puede mantener, por lo menos en el sentido de que
fuesen unas comunidades esencialmente políticas, pues ciertamente no lo fueron.
instancias de Cilón; pero parece que esto puede explicarse sin necesidad de suponer
que Pitágoras actuase de un modo específicamente político a favor de algún partido
determinado. Los pitagóricos, no obstante, llegaron a controlar en lo político Crotona
y otras ciudades de la Magna Grecia, y Polibio refiere que sus «logias» fueron
incendiadas y ellos mismos perseguidos, quizás alrededor de los años 440-430 a. J.
C.3, aunque esto no significa necesariamente que fueran una sociedad, en esencia,
política más que religiosa: Calvino gobernó a Ginebra y, sin embargo, no fue ante todo
político. El Prof. Stace comenta: «Cuando al ciudadano corriente de Crotona se le dijo
que no comiese habas y que en ninguna circunstancia podría comerse a su perro, esto
fue demasiado»4 (aunque, a decir verdad, no es seguro que Pitágoras prohibiese las
habas, ni tampoco toda carne, como artículos comestibles. Aristóxeno afirma
precisamente lo contrario respecto a las habas5. Burnet, que se inclina a aceptar como
pitagóricas tales prohibiciones, admite, empero, la posibilidad de que Aristóxeno esté
en lo cierto acerca del tabú concerniente a las habas)6. La asociación renació al cabo
de algunos años y prosiguió sus actividades en Italia, sobre todo en Tarento, donde
durante la mitad del siglo 4 a. J. C. Arquitas se ganó una gran reputación. Filolao y
Eurito trabajaron también en aquella ciudad.
Por lo que respecta a las ideas y a las prácticas ascético-religiosas de los pitagóricos,
centráronse en la noción de la pureza y en las observancias purificatorias; la doctrina
de la transmigración de las almas llevaba naturalmente a promover su cultivo. La
práctica del silencio, la influencia de la música y el estudio de las matemáticas se
consideraban valiosas ayudas para la formación del alma. Sin embargo, varias de
estas prácticas tuvieron un carácter meramente externo. Si es que Pitágoras prohibió
en verdad comer carne, tal prohibición se debería probablemente a la doctrina de la
metempsicosis, o estaría, por lo menos, en conexión con ella; pero semejantes
regulaciones únicamente externas, tales como las que Diógenes Laercio asegura que
estaban en vigor entre los miembros de la Escuela, por mucho que se fuerce la
imaginación no pueden considerarse doctrinas filosóficas. Por ejemplo: abstenerse de
habas, no andar por la calle principal, no permanecer de pie sobre los recortes de las
propias uñas, deshacer la marca dejada por la olla entre las cenizas, no sentarse sobre
el quénice (medida para granos), etcétera. De haberse limitado a esto el contenido de
las doctrinas pitagóricas, serían interesantes para el historiador de la religión, pero
apenas merecerían seria atención por parte del historiador de la filosofía. Lo que
ocurre es que aquellas reglas de observancia externa de ningún modo son todo cuanto
los pitagóricos profesaban.
(En un rápido examen de las teorías pitagóricas no podemos discutir cuáles de entre
ellas se deberían al mismo Pitágoras y cuáles a miembros más tardíos de su escuela,
por ejemplo a Filolao. Aristóteles, en la Metafísica, habla de «los pitagóricos» más que
de Pitágoras mismo. Así que, cuando dice «Pitágoras sostiene...», no se ha de entender
que se refiera, necesariamente, al fundador de la escuela en persona.)

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